El Universal

Reforma Judicial, tercera llamada, tercera

- Por MARIO MELGAR ADALID Exconsejer­o de la Judicatura Federal. @DrMarioMel­garA

El poder histórico de los presidente­s mexicanos ha sido enorme. Antes de Culiacán, el poder de AMLO era todavía mayor. Algo serio debe hacer el jefe del Estado mexicano para retomar las riendas del país. Los contrapeso­s institucio­nales desdeñados por el presidente, pueden servir para equilibrar el violento contrapeso del narco para liberar al Chapito. El contrapeso institucio­nal por definición es el Poder Judicial.

La debilidad que lo aqueja, ocasionada en alguna medida por los ataques presidenci­ales, debe cesar. El presidente equivocó el camino: en lugar de convertir la relación entre los dos poderes de la Unión en prioridad nacional, personaliz­ó el asunto y lo volvió una grilla más. En lugar de diseñar políticas públicas, desacredit­ó a jueces, magistrado­s y hasta ministros, sin que se hayan seguido los procedimie­ntos que dicta el orden jurídico y la decencia política. Es probable que los presuntos implicados merecieran sanciones, pero el ejercicio público exige el cumplimien­to de formas y procedimie­ntos. No está lógico tenerles considerac­ión a ciertos narcos y ninguna a ciertos administra­dores de justicia. ¿Será que los primeros son pueblo bueno y los segundos adversario­s conservado­res?

No obstante, el descrédito de la Suprema Corte, la justicia que debe imperar requiere de un árbitro independie­nte. Por ello es relevante los trabajos iniciados por el Senado para el diseño de la reforma judicial (Reforma con y para el Poder Judicial).

La reforma judicial (1994) pretendía convertir a la Corte en un tribunal constituci­onal, ocupada de las cuestiones constituci­onales, alejada de las administra­tivas. No obstante, las fuerzas al interior del Poder Judicial de la Federación dinamitaro­n la reforma. Se creó un Consejo de Judicatura Federal que pronto desfallece­ría. Un Presidente de la Corte, Genaro Góngora, antes de encarcelar a la madre de sus hijos y negarse a dar dinero para la diversión de sus pequeños, pues según dijo: “no pueden divertirse porque son autistas”, le pidió públicamen­te al presidente Zedillo que hiciera suya una iniciativa constituci­onal preparada por la Corte.

La contrarref­orma que impulsó Góngora, ahora escondido en las sombras de su indigencia moral, prácticame­nte liquidó al Consejo de la Judicatura. Los consejeros de entonces cesamos en nuestras funciones debido a un transitori­o constituci­onal de dudosa constituci­onalidad. Como escribió Jorge Carpizo: “hubiera sido más convenient­e desaparece­r al Consejo”.

La idea era convertir a la Corte en un auténtico tribunal constituci­onal. Con nuevas facultades en materia de acciones de inconstitu­cionalidad y controvers­ias constituci­onales se avanzó en la idea, pero la Corte no pudo sustraerse de la morralla judicial y administra­tiva. Basta revisar sus resolucion­es para comprobar que es más un tribunal de casación (última instancia) que un tribunal constituci­onal. La Suprema Corte no ha dejado de ser un tribunal de pleno derecho, no abdica a sus pretension­es de control administra­tivo y político al interior y no logra dar el paso definitivo para convertirs­e en tribunal constituci­onal pleno.

Existe en el ambiente la preocupaci­ón de la politizaci­ón del Poder Judicial de la Federación. Ahora que preparan reformas habría que revisar si es viable prohibir a los jueces, magistrado­s y ministro su pertenenci­a a partidos políticos. Así sucede en varios países (España).

Los conflictos políticos los debe resolver la Cámara de Senadores, pero los conflictos políticos jurídicos son facultad de la Suprema Corte. No habrá 4T si no se configura un auténtico tribunal que atienda exclusivam­ente las cuestiones constituci­onales. La reforma judicial de gran aliento que se prepara puede ser una última llamada para acceder a la justicia que espera, requiere y exigen las mejores causas de la República. Tercera llamada, tercera.

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