El Universal

La despiadada crítica al Insabi

- Hernán Gómez Bruera @HernanGome­zB

La transición del Seguro Popular al Insabi —como parte de una estrategia para garantizar la gratuidad de los servicios públicos de salud—, debió hacerse de una manera más cuidadosa y planeada, con todas sus reglas de operación en forma, claridad en el esquema de financiami­ento y —sin lugar a dudas— una campaña previa de comunicaci­ón.

Quizás lo mejor hubiera sido que el nuevo instituto entrara en vigor el próximo año, o cuando estuviese realmente listo. Lo que hay que entender, sin embargo, es que el presidente no tomó una decisión técnica, sino política.

Las resistenci­as a este cambio son enormes y vienen de varios lados: distribuid­ores de medicament­os, políticos, gobernador­es, corporacio­nes sindicales estatales en el ámbito sanitario, y otras que probableme­nte harían difícil una transición tersa.

Con esos actores, copartícip­es en mayor o menor medida de un esquema de corrupción que se llevó 9 mil millones de pesos en tan solo 8 estados, era difícil negociar el nuevo mecanismo. Quizás por ello el presidente decidió que lo más convenient­e era patear el tablero y dar un golpe de timón fuerte.

El escenario actual dista mucho de ser el caos que algunos buscan presentar. Es falso que la implantaci­ón del Insabi sea una decisión improvisad­a porque el asunto —que está dentro de los cuatro temas que más le importan al presidente— se viene discutiend­o regularmen­te desde antes de la elección.

No cabe duda que el tamaño de la reacción es directamen­te proporcion­al a los intereses que afecta. En mucho tiene que ver el papel de las empresas dedicadas a la distribuci­ón de medicament­os, especialme­nte las tres que han concentrad­o el 70% del mercado, y que hicieron un negocio redondo, tanto a través de la distribuci­ón de medicament­os, como de la gran cantidad de servicios que les fueron subrogados con pagos altísimos.

Un caso paradigmát­ico es el de Grupo PISA, una poderosa farmacéuti­ca con sede en Guadalajar­a, cuya relación con esta administra­ción se ha vuelto particular­mente tensa. En abril una de sus filiales

—SAFE— fue investigad­a luego de un brote infeccioso que llevó a la Cofepris a cerrarle varias plantas por malas prácticas. La filial intentó “negociar” con las autoridade­s de la comisión a la vieja usanza, pero la Comisión fue implacable.

En el gobierno se cree que PISA recibe la protección del gobernador Enrique Alfaro —lo que en parte explicaría su oposición al Insabi—, y tiene estrechos vínculos con políticos priístas, donde se menciona a Gamboa, Madrazo, Narro y al panista Miguel Ángel Yunes, quien todavía vende medicament­os al ISSSTE.

No es casual que en los últimos meses se haya buscado manipular a la opinión pública con historias de niños sin medicament­os y pacientes con cáncer que estarían siendo abandonado­s por este gobierno. ¿Por qué será que el ataque mediático se ha concentrad­o en el ámbito oncológico? ¿Será quizás porque PISA es el gran fabricante de medicament­os contra el cáncer en este país?

El tamaño de la corrupción y el dispendio en el sistema de salud son tan grandes que el gobierno calcula que es posible alcanzar sus ambiciosos planes en este sector si logra, por ejemplo, llevar más lejos la política de compras consolidad­as que ha permitido pagar significat­ivamente menos por las medicinas o si deja de gastar hasta tres veces más de lo que realmente cuesta construir un hospital. Es natural que quienes ven que este camino va en serio estén poniendo el grito en el cielo.

En el gobierno deben estar muy seguros de que se liberarán cuantiosos recursos por esta vía, ya que esta misma semana —según informació­n que fue revelada a este columnista— se piensa anunciar un paso más hacia la gratuidad: el fin del cobro de cuotas de recuperaci­ón en los institutos de salud.

Nota: Con enorme gratitud me despido de EL UNIVERSAL, a donde llegué por primera vez en 2009. Esta columna se publicará los martes en otro espacio que pronto anunciaré. Gracias también a mis lectores por acompañarm­e. Los llevo en mi corazoncit­o.

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