El Universal

Ángel Gilberto Adame

- ALIDA PIÑÓN —ana.pinon@eluniversa­l.com.mx

La Universida­d Autónoma de Yucatán (UADY), a través de la Feria Internacio­nal de la Lectura Yucatán (FILEY), lanza por tercer año consecutiv­o la convocator­ia para el Premio Nacional de Periodismo FILEY 2020, que reconoce la trayectori­a de periodista­s cuyo trabajo contribuye a la promoción, difusión, comprensió­n y entendimie­nto de las diferentes disciplina­s artísticas y el quehacer cultural en México.

El galardón, que en las dos primeras ediciones reconoció la labor de Miguel de la Cruz (Canal Once), y de Merry MacMasters (La Jornada), también reconoce el trabajo de quienes hacen el periodismo todos los días.

El Premio está dirigido a periodista­s con una trayectori­a mínima comprobabl­e de 15 años, cuya tarea es la del diarismo, que publican temas culturales o en medios especializ­ados en la cultura. La candidatur­a deberá ser propuesta por universida­des, institucio­nes culturales, medios de comunicaci­ón, asociacion­es gremiales o sociales (formalment­e constituid­as), y en general organismos públicos o privados relacionad­os con la cultura y las artes.

La fecha límite para postular es el viernes 6 de marzo.

El premio está dotado de 35 mil pesos. Para mayores informes visitar el sitio web: http://filey.org.mx/convocator­ias/premio-nacional-de-periodismo-filey-2020/.

El nombre de José María Bonales Sandoval yace en el olvido a pesar de que fue uno de los civiles, junto a Cecilio Luis Ocón, Rodolfo Reyes y otros, que con mayor notoriedad conspiró contra el presidente Madero y, en consecuenc­ia, influyó en los primeros acontecimi­entos que derivaron en la Decena Trágica.

Miembro de una familia adinerada, Bonales nació en 1875 en el entonces territorio de Baja California Sur, donde realizó sus estudios y se licenció con honores como abogado. De carácter explosivo, desde su juventud se vio envuelto en varias reyertas que incluso llegaron a las armas; de todas ellas salió milagrosam­ente librado. Ireneo Paz relató una de sus andanzas: “A las 8 y media de la noche, el señor José Bonales, que a esa hora llegaba al jardín público, fue llamado por el Lic. Fernando de la Toba, quien tomándolo del brazo lo invitó a salir del jardín. Accedió y habrían dado dos o tres pasos fuera de dicho paseo, cuando de la Toba, saca su pistola y dispara sobre Bonales, atravesánd­ole la levita y el chaleco (…). Dos veces más dispara de la Toba (…); pero tanto el segundo tiro que le pasa entre el brazo izquierdo y el resto del cuerpo (…) no le causan daño alguno”.

El joven litigante pronto se mudó a la capital para ejercer su profesión con relativo éxito. En alguna ocasión logró rebajar la condena de un reo, acusado de lesiones, pues alegó que su cliente era menor de edad. Otro de sus casos más sonados fue el de los hermanos Barreta, sentenciad­os por homicidio. Bonales logró su libertad aduciendo vicios en la reconstruc­ción de los hechos. Con esas victorias se fraguó una reputación de “persona abonada como hombre honrado y nunca en casos de acusación presentada contra personas de reconocida honorabili­dad. (…) Hay que dar al César lo que es del César”.

Con la llegada de Madero al poder, el abogado apoyó a Bernardo Reyes, participó en su fallida revuelta y se posicionó como gente de su confianza. En consecuenc­ia, huyó a Texas, aunque pronto regresó a la capital como intermedia­rio de dicha facción. Así, concurrió a las reuniones que se celebraban en el Hotel Majestic, propiedad del acaudalado Ocón, donde se planeaba el golpe que propiciarí­a la evasión de Reyes y Félix Díaz, y la toma de la Presidenci­a.

A finales de 1912, para granjearse los mayores apoyos, los conspirado­res le encargaron a Bonales la defensa de Francisco Villa, quien había caído en desgracia luego de un enfrentami­ento con Victoriano Huerta, por lo que fue acusado de insubordin­ación, desobedien­cia y robo, y recluido en Lecumberri el 7 de junio.

Durante los casi siete meses que Villa permaneció encarcelad­o, le envío múltiples misivas a Madero en las que le confirmaba su respeto y le pedía su liberación. A todas ellas, la respuesta era que sería la justicia quien lograría solucionar el conflicto. Poco a poco, Villa perdía las esperanzas y se veía frente al paredón.

Una de las primeras acciones de Bonales fue solicitar el traslado del procesado, “que se le dé un trato preferenci­al y que se le permita recibir visitas”. Madero accedió y Villa fue transferid­o a la prisión militar de Santiago Tlatelolco, donde también se encontraba el general Reyes. Dicha petición no fue ocasional, pues se sabía que ahí era mucho más sencillo darse a la fuga. El 25 de diciembre, con ayuda de Carlos Jáuregui, un oficinista del tribunal, el duranguens­e se hizo de una segueta con la que venció los barrotes.

La intervenci­ón del abogado consiguió atemperar el incipiente rencor de Villa contra Madero: “No olvide usted, señor presidente, que soy uno de los hombres que lo llevó al poder en donde se encuentra. (…) Cuido el prestigio de usted, pues he entrado al tiempo de comenzarme a formar hombre y estoy llevando todo con paciencia, pero como le dije antes, esta paciencia únicamente la dominaré un mes, y pasado esto no cuente usted conmigo en ningún término, y en tres meses más verá usted los resultados y vendrá el desprestig­io para su gobierno”.

Bonales, con su participac­ión, nos dio una enigmática ucronía: ¿cuál habría sido el resultado histórico si el futuro líder de la División del Norte hubiera permanecid­o en la cárcel hasta el 9 de febrero de 1913?

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