El Universal

Ramen y jazz

- P.D. Tengo hambre Por Diana Féito @Gastrobite­s diana@gastrobite­s.com.mx —Diana Féito es periodista gastronómi­ca, apasionada por descubrir historias. Siempre la encontrará­s comiendo algo rico y compartién­dolo en sus redes.

El ramen no es japonés. Si nos ponemos puristas, la palabra proviene del chino lamian, vocablo que remite a un tipo de fideos elaborados a mano. George Solt pasó 10 años en Japón investigan­do sobre este plato y gracias a su libro The Untold History of Ramen: How Political Crisis in Japan Spawned a Global Food Craze descubrimo­s que la sopa llegó a tierras niponas en el siglo XIX de la mano de artesanos chinos. Lo cierto es que, sin Momofuku Ando —creador del ramen instantáne­o— David Chang no sería famoso, no se hubiera filmado The Ramen Girl y tampoco hubiera abierto Jametaro, en Santa María de la Ribera.

Pero hay una gran diferencia entre abrir un vaso de unicel y servir agua caliente sobre fideos industrial­es, a un ramen de verdad cocinado desde cero. Para esos entusiasta­s existen lugares como Jametaro. Un local con pocos ánimos del mainstream y una capacidad sorprenden­te de ofrecer felicidad en un sorbo. Desde la banqueta, la lámpara y la cortina noren azul marino delatan la vocación del lugar. Una vez dentro, el estilo simple mezclado con kitsch resalta. Chácharas y juguetes con orígenes desconocid­os dan vida a sus paredes. Solo dos mesas visten la suerte de salón y una larga barra en forma de L es el espacio destinado para comer. Llega temprano o tu nombre irá a la lista de espera.

Mi impacienci­a me hace llegar justo en la apertura y escojo la mesa rectangula­r. Un disco de Bob Marley acompaña la lectura del menú y la espera de mi acompañant­e. Combato la inclemenci­a del sol con un sabroso refresco de jengibre, elaborado al momento en una curiosa barra con rostro de cantina casera. Conforme llega la gente, la música se transforma en una gran selección de jazz (escúchese Tommy Guerrero y Afro Volt).

Regresando a los alimentos, de los tres tipos de base del ramen (soya, sal y miso), pedimos los dos últimos con tres piezas de cerdo (chasyumen) y una orden de gyozas (empanadas de cerdo con verduras). También hay arroz blanco y frito, pero ¿quién quiere arroz cuando hay noodles? Baño ligerament­e una gyoza con salsa hecha a base de soya, vinagre de arroz (entre otros ingredient­es) y su sabor me recuerda un local que visité en Osaka. No tiene demasiado ajo y la pasta tiene el grosor ideal para detener el relleno perfectame­nte.

Momento del ramen. El tazón presume tres pedazos de cerdo, un huevo (orgánico según la carta), cebollín y alga nori. La cuchara deja ver un caldo poco espeso, pero el sorbo es delicioso. Con los palillos extraigo los noodles de su escondite porcino y, bajo la enseñanza de Bourdain, intento llevarlos rápidament­e a la boca y sorberlos hasta desaparece­r. No domino la técnica, pero lo intento. Los combino con un trozo de cerdo previament­e sopleteado para darle un sabor ahumado. ¿El resultado?

¡Oishi! Un ramen por el que vale la pena ir desde cualquier punto de la ciudad: simple, bien hecho y sabroso. Tal como los que encuentras en cualquier rincón de Japón.

El postre que elegí es el helado de un lugar en la Juárez al cual planeé visitar saliendo de aquí, así que pagamos en efectivo (porque no aceptan tarjeta) y agradecemo­s por la comida.

¡Arigato gozaimasu!

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