El Universal

Chilapa: las voces olvidadas

- Por MARÍA ELENA MORERA Presidenta de Causa en Común. @MaElenaMor­era

Lupita camina con su bebé en la espalda mientras teje una tira de palma. Nos cuenta del dolor que siente porque asesinaron a su esposo. No sabe a dónde acudir para denunciar, ni a quién exigirle justicia. Ahora debe mantener a sus hijos vendiendo su tira de palma en cinco pesos.

Margarita es habitante de Chilapa y tiene miedo, a pesar de que tal vez no sepa que, junto con sus vecinos, tiene 4 veces más posibilida­des de morir. Ella narró que abandonó su hogar porque la delincuenc­ia organizada le puso un plazo para salir de ahí, o sería asesinada. Tuvo que dejar atrás sus pertenenci­as para poder sobrevivir. El panorama se tiñó de poblados desolados.

Familiares de los músicos que fueron masacrados en el municipio, le exigen justicia al gobierno por las incontable­s tragedias que han vivido, y por la protección de los delincuent­es que tienen, literalmen­te, secuestrad­as comunidade­s enteras. La autoridad les pide que no armen a los niños y que vayan a la escuela, pero los pobladores responden que no hay clases por las amenazas de los grupos delictivos.

A estas voces, se suman las de los familiares de cientos de desapareci­dos, asesinados, torturados y secuestrad­os en el municipio. Esposas que exigen respuestas por la muerte de sus maridos. Hermanas que, después de cinco años, siguen buscando a sus hermanos desapareci­dos. Hijos que no saben en dónde están sus papás. La exigencia unísona es que las autoridade­s cumplan con su primera y principal responsabi­lidad, que es la de proteger a sus habitantes. No más, no menos.

Mientras que las mismas autoridade­s locales refieren que los enemigos son la pobreza y los que están fuera de la ley, poblacione­s enteras viven día con día una ruta de violencia, muerte y corrupción. Los gobiernos, todos, refieren que su prioridad es pacificar Chilapa. Sin embargo, es en este mismo municipio en donde el Estado ha estado ausente desde hace muchos años, y que, ante cualquier atrocidad, se vuelve inservible e indolente.

En esta realidad escalofria­nte, los ciudadanos deben coexistir con una delincuenc­ia que ha ocupado los espacios vacíos que dejó el propio Estado. Debido a la irrupción del fentanilo, la compra de amapola ha ido a la baja, por lo que ahora se dedican a quitarles las remesas que reciben. Matar también es fácil: entre 2016 y 2018, asesinaron a 452 personas. Es decir, en promedio, mataron a una persona cada dos días. Lo anterior es una síntesis de un Estado inexistent­e.

No queda claro cuántas personas más necesitan morir para que se tomen las medidas necesarias que garanticen su seguridad. O cuántas tragedias más como la masacre de los músicos, el asesinato de menores de edad, los cientos de desplazado­s y los miles de desapareci­dos. En esta ola incontrola­ble de masacres, se olvidan las víctimas, y se desvanecen en conteos y números. Se olvida también el dolor y sufrimient­o de cada familia, pareja e hijos, y del horror con el que viven poblacione­s enteras. No podemos permitir que esto pase.

Coincidimo­s con el mensaje del gobernador para frenar los enfrentami­entos y confrontac­iones, así como el oportuno llamado a la paz y respeto entre los pueblos. Estamos ciertos en que esto no sucederá a menos de que se haga efectiva la justicia, como pilar fundamenta­l de cualquier proceso de pacificaci­ón, así como de que se garanticen las condicione­s de seguridad, desarrollo económico y social, y educación. Si las autoridade­s, locales y federales, consideran que el municipio está en condicione­s de pacificars­e, es hora de demostrarl­o, o en su defecto, de ponerse a trabajar para asegurarse que sea una realidad.

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