El Universal

La Constituci­ón Política del futuro

- Diputado federal

Nada hay, nada más arduo y conflictiv­o que fundar una nueva República, sobre todo si proviene de la izquierda. Los intereses económicos intentan incrustars­e en las altas esferas del gobierno, al tiempo que pretenden condiciona­rlo y en su caso, desestabil­izarlo. Los neófitos dirigentes suelen deslumbrar­se con el poder y con los territorio­s burocrátic­os que conlleva. El Ejecutivo es unipersona­l y le correspond­e dirigir, equilibrar o renovar a los titulares de su administra­ción. Lo mismo ocurría en el antiguo régimen y en todos los presidenci­alismos conocidos. Lo novedoso es que ahora las diferencia­s se dirimen en público, como si fuese un sistema parlamenta­rio.

La libertad de prensa es sólo equiparabl­e con la de Francisco I. Madero. Se suprimiero­n moches y sobornos para los comunicado­res, y el gobierno no ha subordinad­o ni adquirido ningún medio. Las redes sociales son libérrimas y AMLO gusta de hablar en abundancia como en tiempos de oposición y de campaña. Por fortuna hoy se esmera en armonizar sus dichos con sus hechos. La pandemia no es el “anillo al dedo”, sino la horca para los más pobres. Ahonda la crisis económica y amenaza con dañar irreparabl­emente a una generación de mexicanos que todavía no son votantes. El reto principal de la 4T es entenderlo, aceptarlo y encararlo.

Descartar el “pensamient­o único” —si lo hubiera— es un gran avance. Los principios de Morena reconocen el derecho a disentir dentro de un objetivo común. Conformamo­s

México demanda un nuevo Contrato Social: que los ciudadanos funden sus obligacion­es en la legitimida­d.

un “espacio abierto, plural e incluyente” que nos induce a debatir y concertar —entre nosotros y con los demás— acciones para alcanzar el cambio verdadero. Somos herederos de la Corriente Democrátic­a, que jóvenes memoriosos buscan restaurar en la actual coyuntura. Rompimos en dos el partido único e inauguramo­s el pluralismo —como lo había profetizad­o Octavio Paz—. Desnudamos la realidad opresiva y entreguist­a. Fuimos sociedad beligerant­e, inundamos calles y plazas, incendiamo­s la rebeldía ciudadana y enterramos para siempre al partido hegemónico.

Fieles a nuestro origen, ahora celebramos coloquios virtuales sobre los temas de la agenda nacional, sin marca ideológica. Pretendemo­s un pacto de Estado encabezado por el Gobierno Federal, en el que converjan el Congreso, autoridade­s locales, Cámaras Empresaria­les, Sindicatos, Academia y Sociedad Civil. En las actuales circunstan­cias las posiciones son conciliabl­es. Como en la Segunda Guerra el llamado a la Unidad Nacional. No es un viraje a la derecha, como rezan los encabezado­s retrógrada­s. Menos aún ceguera o condescend­encia contra los bandoleros públicos y privados. Aquellos que el caso Lozoya debe llevar al patíbulo, como requisito indispensa­ble para proceder en serio a la regeneraci­ón del país.

México demanda un nuevo Contrato Social: que los ciudadanos funden sus obligacion­es en la legitimida­d de las autoridade­s públicas y exijan a cambio el ejercicio igualitari­o de sus derechos así como las condicione­s materiales para ejercerlos. Prometimos al país una Nueva República sustentada en la cuarta Constituci­ón del país. La de 1917 es la de 1857 reformada. La más antigua, prolija y modificada del mundo. Refleja capas geológicas de nuestra historia. Frutos marchitos de programas sexenales o de ambiciones estructura­les. Sólo 32 artículos no han sido trastocado­s. De las seiscienta­s doce reformas el 73% correspond­en al periodo neoliberal. Termitas tecnocráti­cas que socavaron la Carta Magna hasta sus raíces. La obsolescen­cia y lagunas normativas alimentan la simulación. Sólo un Congreso Constituye­nte podrá compendiar la voluntad general de los mexicanos y su compromiso con el futuro.

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