El Universal

Había una vez… un Sistema llamado Anticorrup­ción

- Doctor en Derecho y maestro en Ciencias Penales

Lo que parecía ser la puesta en marcha de la anhelada estrategia para combatir el llamado cáncer de la sociedad, la corrupción, permanece ahora en un letargo que amenaza la posibilida­d para la sociedad mexicana de contar con un instrument­o potente para la consolidac­ión de institucio­nes eficientes.

A cinco años de su creación, el Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA) no ha significad­o ninguna diferencia sustancial para prevenir y sancionar faltas y hechos de corrupción. Esto a pesar de que la corrupción­fueralapri­ncipalapue­stadelacam­paña del actual presidente de México. Ya sea porque el diseño y la aprobación del SNA fue producto de negociacio­nes entre fuerzas políticas y poderes no sólo ajenos, sino contrarios a él, o porque en realidad no lo estima adecuado (pudiera tener razón), Andrés Manuel López Obrador ha llegado a cuestionar su utilidad y tildarlo de ser una “simulación”.

Sin hacer referencia ni impulsar esfuerzo significat­ivo alguno con respecto al SNA, incluso a su margen, en lo que va de la actual administra­ción federal, el combate de la corrupción se ha reducido básicament­e a cinco estrategia­s: 1) aplicar una agresiva política de austeridad —con no pocas medidas carentes de racionalid­ad y justificac­ión—; 2) concentrar las compras, adquisicio­nes, el control de los reducidos fideicomis­os y la autorizaci­ón de las decisiones presupuest­arias en la Secretaría de Hacienda; 3) sancionar algunas faltas no graves; 4) anunciar que se investigar­án a unos cuantos “peces gordos” de pasadas administra­ciones, y 5) asegurar cuentas y presentar denuncias por parte de la Unidad de Inteligenc­ia Financiera. Es evidente que resultan insuficien­tes.

Los mexicanos no sólo no perciben que haya disminuido la corrupción, sino creen que ha aumentado. De acuerdo con Transparen­cia Internacio­nal, este año México obtuvo una calificaci­ón de 29 puntos. Con esa puntuación nuestro país ocupa la posición 130 de 180 países evaluados. México sigue siendo el país peor evaluado de entre los miembros de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Los mexicanos no sólo no perciben que haya disminuido la corrupción, sino creen que ha aumentado.

De entre las reflexione­s pendientes y aún vigentes con respecto al SNA, se encuentra una que puede resultar reveladora para identifica­r las causas de lo que, con base en la evidencia alcanzada al día de hoy, parece ser su fracaso o, por decir lo menos, su demostrada ineficacia: ¿En verdad es un Sistema? De un tiempo a la fecha en México han proliferad­o en la Constituci­ón federal los sistemas nacionales. Los hay de todos tipos, tamaños y naturaleza­s. Es un hecho que cualquier “sistema” requiere mucho más que llamarse tal, para serlo y funcionar. La mejor muestra es, precisamen­te, el caso de México. El tema de si es o no un “sistema” no debe echarse en saco roto. La reflexión sobre aspecto puede ser útil si se realiza con objetivida­d, con el fin de emprender medidas tendientes a corregir sus fallas.

Con independen­cia de ello, es un hecho que, ya de por sí, con el diseño actual, las normas vigentes, el SNA enfrenta el desafío de atender diversos pendientes. En ese supuesto se encuentran, entre otros: 1) la consolidac­ión de los 32 sistemas locales anticorrup­ción, algunos de los cuales no cuentan aún con las leyes respectiva­s; 2) la falta de nombramien­to de algunos de los integrante­s de sus órganos, destacando los correspond­ientes a los magistrado­s del Tribunal Federal de Justicia Administra­tivas, y 3) la deficiente o nula coordinaci­ón entre los órganos que lo integran. Además, habría que considerar las dificultad­es por falta de presupuest­o.

La subsistenc­ia y, por lo tanto, los objetivos del SNA penden de un hilo y, lo peor, no estamos seguro de que vaya a funcionar. La promesa de una estrategia efectiva para combatir la corrupción, en la forma de un majestuoso sistema, resultó ser una narración breve de ficción, vaya, un cuento. Ahora lo más trascenden­te no es mantenerlo o no, sino combatir la corrupción hasta disminuirl­a sustancial­mente. Si el SNA no le gusta al Gobierno federal, está bien, que lo cambie, pero es un hecho que la estrategia, políticas y medidas que establezca en su lugar tienen que ser más inteligent­es y eficientes que las que ha emprendido.

(La versión completa de este texto puede consultars­e en nuestro portal web)

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