Ricardo Monreal
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió cambiar la dirección vertical de las políticas económicas que buscan contener la crisis provocada por la pandemia. Mientras que la mayoría de los países, incluidos los latinoamericanos, decidieron apostar por rescates millonarios a las empresas, el gobierno de México optó por enfocarse en las personas más vulnerables.
Al inicio de la pandemia en México marzo registró 20 millones 500 mil empleos en el sector formal y hasta finales de julio se perdieron un poco más de un millón, es decir, el 5% del total. La buena noticia es que desde julio la caída se fue desacelerando, al perderse solamente 3,900 empleos y, de acuerdo con lo anunciado por el presidente, en lo que va de agosto ya se han generado 15 mil nuevos puestos, un signo de recuperación importante, que sugiere que los efectos de las políticas de contención económica están siendo positivos.
Estos resultados contrastan con lo que ocurre en otras latitudes. En Estados Unidos el paquete de estímulos equivalente a 2.3 billones de dólares, aprobado en marzo, fue insuficiente para contener la pérdida de más de 20 millones de empleos. En Perú se destinó una cifra que equivale al 12% del PIB del país, para inyectar liquidez a las empresas; sin embargo, los resultados han sido contrarios.
El gobierno mexicano ha logrado mantener la estabilidad social y política durante la pandemia. Esto se debe a que, mientras la oposición ha criticado férreamente el manejo de la crisis —lo que es su legítimo derecho, y sano para la democracia misma—, sus propuestas ya fueron utilizadas en el pasado y resultaron ineficientes, lo cual le ha generado un desgaste significativo, se encuentra anclada en un modelo arcaico.
Lo que hoy sucede en México es un ejemplo claro de la importancia de la honestidad y la convicción moral tienen para salir adelante en momentos de adversidad. Es una prueba de que en el mundo es necesario instaurar una nueva forma de hacer política. Es una dolorosa y esperanzadora lección que nos está dejando la pandemia. Dolorosa, porque ha causado la muerte de miles de inocentes. Y esperanzadora, porque abre la puerta a que la nueva normalidad sea una etapa de entendimiento distinto sobre el tipo de política que el mundo necesita.