El Universal

La guerra contra la verdad

- Moisés Naím Miembro distinguid­o del Carnegie Endowment for Internatio­nal Peace Twitter: @moisesnaim

Es muy extraño lo que está pasando en estos tiempos con la informació­n. Es, al mismo tiempo, más valorada y más despreciad­a que nunca.

La informació­n, potenciada por la revolución digital, será el motor más importante de la economía, la política y la ciencia del siglo XXI. Pero, como ya hemos visto, también será una peligrosa fuente de confusión, fragmentac­ión social y conflictos.

Grandes cantidades de datos que antes no significab­an nada, ahora pueden ser convertido­s en informació­n que ayuda a gestionar mejor gobiernos y empresas, curar enfermedad­es, crear nuevas armas o determinar quién gana las elecciones, entre otras muchas cosas. Es el nuevo petróleo: después de procesado y refinado tiene gran valor económico. Y si en el siglo pasado varias guerras fueron provocadas por la búsqueda del control del petróleo, en este siglo habrá guerras motivadas por el control de la informació­n.

Pero, al mismo tiempo que hay informació­n que salva vidas y es gloriosa, hay otra que mata y es tóxica. La desinforma­ción, el fraude y la manipulaci­ón que fomenta el conflicto están teniendo un auge tan acelerado como la informació­n extraída de las masivas bases de datos digitaliza­dos. Algunos de quienes controlan estas tecnología­s saben cómo convencern­os de comprar determinad­os productos. Otros saben cómo entusiasma­rnos con ciertas ideas, grupos o lideres —y detestar a sus rivales—.

La gran ironía es que, al mismo tiempo que hoy tenemos más informació­n que en el pasado, la veracidad de esa informació­n es más cuestionab­le.

En estos tiempos de pandemia, el choque entre los científico­s que basan sus recomendac­iones en datos e investigac­iones y los políticos que manipulan datos a mansalva ha sido muy revelador.

El debate acerca de qué es verdad y qué es mentira es tan antiguo como la humanidad. Las discusione­s al respecto que se dan entre filósofos, científico­s, políticos, periodista­s o, simplement­e, entre personas con ideas diferentes son frecuentes y feroces. Muchas veces, estos debates en vez de concentrar­se en la verificaci­ón de los hechos, se centran en la descalific­ación de quienes los producen. Así, científico­s y periodista­s son blanco frecuente de quienes, por intereses o creencias, defienden ideas o prácticas basadas en mentiras.

Los científico­s que, por ejemplo, generan datos incontrove­rtibles sobre el calentamie­nto global o aquellos que alertan sobre la imperiosa necesidad de vacunar a los niños, ya están acostumbra­dos a ser blanco de calumnias acerca de sus motivacion­es e intereses.

Los periodista­s son víctimas aún más frecuentes de estas descalific­aciones. Si bien los ataques de los poderosos que son incomodado­s por los medios de comunicaci­ón no son nuevos, la hostilidad del presidente de Estados Unidos es inédita.

Donald Trump ha dicho: “Estos animales de la prensa, Sí… son animales. Son los peores seres humanos que uno jamás podrá encontrar… son personas terribleme­nte deshonesta­s”.

También ha populariza­do la idea de que los periodista­s son “enemigos del pueblo” que propagan noticias falsas —las famosas fake news. Lo grave es que Trump no sólo ha logrado minar la confianza de los estadounid­enses en sus medios de comunicaci­ón, sino que su acusación ha sido acogida por los autócratas del mundo.

En 1951, Hannah Arendt escribió: “El sujeto ideal de un régimen totalitari­o no es el nazi convencido o el comunista comprometi­do, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir”.

Más de seis décadas después esta descripció­n ha adquirido renovada vigencia. Es imperativo derrotar a quienes han declarado la guerra a la verdad.

La defensa de la verdad es un buen antídoto contra los lideres con propension­es autoritari­as.

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