Paola Félix Díaz
Alas mexicanas y mexicanos: El pacto social propuesto por Locke y reconceptualizado en el contrato social por Rousseau que dio origen al Estado democrático, con el paso del tiempo y hasta nuestros días, ha sido entendido como el acuerdo realizado por el poder político legalmente constituido con los sectores sociales más representativos de la sociedad, siempre con el objetivo de alcanzar el bien común; sin embargo en México, particularmente durante las últimas tres décadas, dicho contrato olvidó su naturaleza bilateral, y en esta desmemoria, el bien común fue subyugado a intereses de grupo que invisibilizaron a los sectores verdaderamente representativos de la sociedad.
La clase trabajadora del campo y las ciudades, las personas jóvenes, adultas mayores, con discapacidad, las integrantes de los pueblos indígenas, las que apostaron su capital y esfuerzo a la micro, pequeña y mediana empresa, y aquellas que laboran de forma independientes fueron excluidas de los acuerdos. El pacto se centró solo en un sector minoritario eliminando la frontera que siempre debe existir entre el poder público y el poder económico, para entremezclarse y dar paso a la corrupción de dimensiones sin precedente.
Con el actual gobierno se puso en marcha la transformación de la vida pública para impulsar y consolidar un nuevo proyecto de nación, el cual entraña también un nuevo pacto social, cuyo modelo contractual es plurilateral conforme a la composición y realidad de México.
El cambio de política económica se sintetiza en lo que se dijo desde un inicio y a nadie debe sorprender: primero los pobres, en otras palabras, el desarrollo económico y social deben ir por rutas paralelas y asegurar que nadie se quedé atrás, pues es claro que el anterior modelo no funcionó, ya que solo generó más pobres y mayor desigualdad. El eje articulador es la lucha frontal contra la corrupción, la cual ha transitado el discurso —repetitivo para muchos— y pasado a la acción.
Si analizamos cómo se han transformado los valores y paradigmas gubernamentales, podremos entender cuáles son los desencuentros que sí son irreconciliables. Para ello, tendríamos que hacernos algunas preguntas y encontrar la respuesta en la voz de los involucrados y no en la de los opinólogos que se erigen en sus voceros con la pretensión de confundir a la ciudadanía.
¿Quiénes están en desacuerdo con el nuevo gobierno?, la clase trabajadora o los sindicatos que representan el viejo corporativismo, los grandes empresarios o los empresarios corruptos, los funcionarios o los que perdieron privilegios inmerecidos, la ciudadanía o las cúpulas de los partidos que están heridos de muerte, las víctimas o los delincuentes, las empresa que ahora podrán licitar con transparencia o las que vendían servicios y medicamentos a sobre precios, los beneficiarios de los programas sociales o quienes perdieron su moche.
¿Todo es perfecto y no se puede hacer mejor?, por supuesto que no; aún hay mucho trecho por recorrer, un sinfín de obstáculos por vencer y diversos aspectos que perfeccionar, sobre todo si estamos seguros de que nunca más debemos aceptar un gobierno opulento con un pueblo empobrecido, empresarios multimillonarios con empresas en quiebra y trabajadores con salarios miserables, laboratorios chantajistas que acaparan las medicinas sin importar que haya enfermos que dependen de su suministro, dinero sucio para campañas electorales y compra de votos en el Congreso para aprobar reformas regresivas, otra casa blanca o una nueva estafa maestra.
¿Queremos que nos cuenten una nueva verdad histórica o escribir juntos una nueva historia basada en la verdad? ¿Queremos regresar al pasado o ser parte de un nuevo pacto social?
¿Quiénes están en desacuerdo con el gobierno? ¿La clase trabajadora o los sindicatos del viejo corporativismo? ¿Los grandes empresarios o los empresarios corruptos?