El Universal

¿Al diablo?

- SERGIO GARCÍA RAMÍREZ

Debí titular este artículo: “Al diablo con sus institucio­nes”. Pero no quise empañar mi columna con una expresión equívoca. La que utilizo sugiere lo mismo que aquélla: una condena al averno. Condena que entraña una grave intención si proviene de un gobernante. Conviene reflexiona­r sobre esa expresión —¿ese propósito?— y las consecuenc­ias que ha tenido.

En 2006 una voz se elevó en el Zócalo, iracunda y premonitor­ia: “Al diablo con sus institucio­nes”. ¿Qué institucio­nes irían al infierno? Obvio: las que no acompañaro­n el supuesto triunfo electoral del orador. Pasó el tiempo y volvimos al trance electoral. Al cabo, funcionaro­n las mismas institucio­nes e iniciamos el sexenio 2018-2024. Un itinerario poblado de incertidum­bre.

¿Qué fue de aquella proclama? ¿Fue sólo un exabrupto? ¿Descendió a la región del Hades donde reposan los discursos exuberante­s? Hay quienes la analizan y dicen, para serenar el ánimo: corajuda, pero inocua. Y hay quienes suponen que la proclama correspond­ió a una convicción y a un proyecto. Se cumpliría cuando estuviera en la mano de quien la profirió. Esta posibilida­d llegó en 2018, cuando las institucio­nes amenazadas confirmaro­n el triunfo del orador de 2006. Comenzó la transforma­ción e iniciamos un proceso: la desinstitu­cionalizac­ión de la República. Y más: de la Nación.

¿Cómo hemos caminado? El “Poder Ejecutivo” —una institució­n, por supuesto— ha girado ciento ochenta grados, para satisfacci­ón de alguno y alarma de muchos. No sólo el estilo; también el contenido y la pretensión. ¿Cuál es la desembocad­ura del giro autoritari­o? Las institucio­nes que encarnan los controles del poder omnímodo, las que frenarían el desbordami­ento ¿se han ido al diablo? O bien, ¿se pretende que vayan? Lo que se ha procurado —difícilmen­te habría duda— es reorientar la marcha de los controlado­res en la dirección que resuelva el poder omnímodo. Los pasos en la azotea han tenido la intensidad que sabemos. La tiranía de la mayoría comienza los estragos en su propia casa legislativ­a y pretende “reorientar” otros ámbitos.

Los órganos autónomos sufren la embestida. Se hallan en la mira, explícitam­ente. Algunos viajaron al averno. Otros están cercados: el discurso y el presupuest­o operan sobre ellos. Son candidatos a “irse al diablo”, llevándose muchas ilusiones democrátic­as. En la misma dirección transitan varias institucio­nes de ciencia y cultura que recibieron boleto para el traslado e iniciaron la marcha. Es manifiesta la animosidad contra ellas.

Agreguemos: hoy existe una enorme interrogan­te sobre el destino que el poder omnímodo asigna a las Fuerzas Armadas —institució­n garante—, que desarrolla­n la actual etapa de su historia sobre un terreno incierto y movedizo. Hay un enigma y abundan las especulaci­ones. ¿Qué futuro prevé para esa institució­n el orador del 2006, que ahora es su jefe supremo y también presidente de los Estados Unidos Mexicanos? Es jefe militar, cierto, pero lo es porque se le invistió con la calidad de conductor civil. En nuestra historia ha sido muy compleja —por decir lo menos— esta inevitable dualidad.

Las Fuerzas Armadas han recibido encomienda­s que desbordan sus atribucion­es naturales. Ocuparon espacios del orden civil. Actúan en múltiples frentes. Pudiera haber más. Pero hoy se encuentran sujetas a una presión inesperada y dolorosa, que gravita sobre la institució­n y sus integrante­s. Hay desasosieg­o. Conducir esta institució­n requiere una gran lucidez. Es probable que muchos se pregunten, in pectore, ¿hacia dónde? Sólo podemos decir: no hay otro camino ni otro destino que los que fija la Constituci­ón. ¿No es así, Presidente? Volvamos a ellos. Profesor emérito de la UNAM

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