El Universal

Alejandro Hope

- ALEJANDRO HOPE @ahope71

Entre 2000 y 2019, según datos del Inegi, fueron asesinadas 386,331 personas.

Por donde se mire, esa es una cifra espantosa. En espacio de 20 años, la violencia homicida se llevó al equivalent­e de una ciudad mediana, como Pachuca o Cuernavaca. Tragedia es el menor de los sustantivo­s que se debe usar para describir ese hecho.

Consideren ahora lo que ha sucedido con la pandemia en diez meses. Hasta hace dos días, la Secretaría de Salud reconocía 149,084 decesos por COVID-19. Pero, como es aceptado por las propias autoridade­s, esa cifra no es más que una parte del costo humano de la crisis sanitaria.

Con datos al 12 de diciembre, se habían acumulado (oficialmen­te) 274,487 muertes en exceso en 2020. No todos esos decesos fueron por COVID. Algunos fueron resultados colaterale­s de la pandemia: personas que no encontraro­n atención médica a tiempo por saturación del sistema o pacientes que debieron posponer o cancelar tratamient­os por el mismo motivo.

Ese número reflejaba además la situación prevalecie­nte hasta hace seis semanas, antes del disparo de contagios y muertes en diciembre y enero. En este momento, es muy probable que el número de muertes en exceso se ubique por encima de 370,000. De hecho, el doctor Arturo Erdely, profesor de matemática­s en la UNAM, estima que ese número podría estar ya en 403,000.

Dicho de otro modo, la pandemia ha provocado en diez meses más muertes que la violencia homicida en los primeros veinte años del siglo.

Pero la tragedia no acaba allí. De acuerdo a una proyección elaborada por el doctor Erdely (https://bit.ly/2LSuciN), es posible que, de aquí al primero de junio, se contagien 43 millones de mexicanos, en adición a los 49 millones que probableme­nte ya se han contagiado hasta el día de hoy (se estima que hay 30 casos reales por cada caso confirmado). Eso se podría traducir en 273 mil muertes en exceso en los próximos cuatro meses. Ese escenario ya incluye (nótese) el posible impacto de la vacunación, tomando como referencia el calendario anunciado por las autoridade­s (con las modificaci­ones recientes).

En resumen, se nos viene la noche. A la tragedia que ya hemos acumulado, se va a sumar una catástrofe monumental. Solo en los próximos cuatro meses, la pandemia podría provocar 740 veces más muertes que los sismos de 2017.

Ese panorama debería de convocar a una movilizaci­ón nacional casi cercana a la de una guerra. Absolutame­nte todos los recursos y todas las herramient­as del Estado deberían de desplegars­e para tratar de evitar ese desenlace y salvar la mayor cantidad de vidas posibles.

Eso no es lo que está sucediendo. No hay sentido de urgencia en la política del gobierno. La campaña de vacunación ha procedido a ritmo glacial: apenas 600 mil dosis en un mes que ha acumulado posiblemen­te 10 millones de contagios. Salvo algunos esfuerzos aislados, no hay ninguna intención de reforzar las medidas de distanciam­iento social ni los programas de asistencia económica que las harían posible. No hay tampoco (de nuevo, salvo excepcione­s) ninguna medida para aumentar el número de pruebas y el rastreo de contactos. Es más, ni siquiera se han impuesto restriccio­nes a los vuelos internacio­nales para impedir el arribo y propagació­n de nuevas variantes del virus.

En resumen, seguimos en lo mismo y vamos a acabar en lo mismo: con la muerte campeando sin límites en todo el país.

NOTA: el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció ayer que contrajo el virus. Le deseo una pronta y plena recuperaci­ón. •

La pandemia podría provocar 740 veces más muertes que los sismos de 2017. Ese panorama debería propiciar una movilizaci­ón nacional cercana a la de una guerra

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