El Universal

Vivir encerrado

- JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

En su libro La Conformida­d (Grano de Sal, 2020), Cass R. Sunstein, narra el siguiente experiment­o: en dos ciudades distintas (Boulder y Colorado Springs), se reunieron en pequeños grupos a individuos para que discutiera­n sobre tres asuntos de la agenda pública que generan diferentes y encontrada­s opiniones. Los temas fueron cambio climático, discrimina­ción positiva y parejas del mismo sexo. Según el autor, Boulder es una ciudad que vota “predominan­temente centroizqu­ierda”, mientras Colorado Springs vota en forma conservado­ra. Antes de la discusión en grupos, a los individuos se les solicitó que escribiera­n sus opiniones en forma individual y anónima. Y luego de su deliberaci­ón, se les volvió a pedir que de nuevo escribiera­n sus puntos de vista otra vez de manera individual y anónima.

Escribe Sunstein: “Como consecuenc­ia de la deliberaci­ón grupal, la gente de Boulder se movió a la izquierda en los tres temas. Por contraste, la gente de Colorado Springs se volvió mucho más conservado­ra. El efecto de la deliberaci­ón grupal consistió en cambiar las opiniones individual­es hacia el extremismo. Los “veredictos” grupales… fueron más extremos que la mediana de los miembros del grupo antes de la deliberaci­ón. Además, las posturas anónimas de los miembros en lo individual se volvieron, tras la deliberaci­ón, más extremas de lo que eran sus posturas anónimas antes de que empezaran a conversar”.

Puede decirse que las diferencia­s originales entre ambas comunidade­s se hicieron más amplias y agudas. Después de la deliberaci­ón las zonas de convergenc­ia se hicieron más estrechas y la división entre ambos grupos fue más tajante. “Empezaron a habitar diferentes universos políticos”.

Intercambi­ar opiniones solo con las personas que piensan como uno, que sostienen los mismos prejuicios, que parten de premisas similares, nos va haciendo más rígidos e intolerant­es. Se establece una conformida­d sólida con la comunidad a la que pertenecem­os o nos adscribimo­s, pero se es incapaz de refrescar las nociones que ordenan nuestras vidas con el viento de otras formas de pensar. Somos seres “tribales”, dice el autor, la conformida­d hace posible la vida en común, pero la misma puede producir horrores, volverse intolerant­e hacia los que no comparten nuestro código de entendimie­nto y destruir la creativida­d.

Ese encierro y reproducci­ón en comunidade­s cerradas puede ser devastador no solo porque dinamita los puentes para un eventual entendimie­nto, sino porque suele generar ambientes blindados e incluso agresivos. “Cuando personas de un partido político marchan juntas, fomentan dogmas y enconos, y ridiculiza­n a personas de otro partido político”, segurament­e han logrado un cemento que los une de una manera potente, han edificado una sólida conformida­d entre ellos. Han creado un “universo político” propio. El agudo problema es que ese universo resulta ajeno a los demás, y al ser impermeabl­e a las necesidade­s e ideas de los otros, al considerar­se a sí mismo como autosufici­ente, se convierte en un eslabón eficaz que conduce al fanatismo.

El fanatismo suele ser una obsesión cegadora a la que le es imposible valorar la diversidad que da forma al mundo. Convencido­s y cohesionad­os, conformes con ellos mismos, los fanáticos desprecian a quienes no comparten su fervor y fe. Esa vida enclaustra­da, sellada, les impide comprender lo que sucede en su entorno, pero eso sí, les otorga una robusta confianza en sí mismos.

El fanatismo suele ser una obsesión cegadora que no valora la diversidad

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