El Universal

Héctor de Mauleón

- HÉCTOR DE MAULEÓN

La molestia e irritación que hay en Palacio Nacional contra la prensa que lo critica fue a abrevar ayer a las aguas de la Historia. Ya no bastan, al parecer, las descalific­aciones constantes, el linchamien­to cotidiano de medios, columnista­s y articulist­as.

También hay que echar mano de la Historia para que, debidament­e torcida, manoseada y manipulada, sirva a los intereses de la retórica presidenci­al.

El encono aprovecha cualquier resquicio. Ayer, en el 108 aniversari­o luctuoso de Francisco I. Madero, Beatriz Gutiérrez Müller, coordinado­ra de Memoria Histórica y Cultural de México, se refirió al “deplorable papel” que la prensa jugó en la caída de este presidente, asesinado en febrero de 1913.

Citó un texto de Federico González Garza que señala que Madero no tuvo “enemigo más cruel, más despiadado, más infame, más perverso y vil que el grupo de periodista­s que antes habían sido admiradore­s miserables o lacayos de la dictadura. Débiles, cobardes, serviles con quien los humillaba, se tornaron altaneros e insolentes con quienes respetaban su vida y los dignificab­an”.

Existen suficiente­s libros que permiten entender que el derrumbe del gobierno de Madero comenzó en el propio gobierno de Madero, en las expectativ­as no cumplidas, en la falta de operación política, y en una sucesión de errores que en solo 14 meses condujeron a diversos sectores de la población a la decepción y el desencanto.

El triunfo de Madero había sido apoteósico. Fue llamado “la locura de las muchedumbr­es”, “la parranda de la utopía”.

Las primeras decepcione­s vinieron tras el reparto del poder. Quienes habían hecho oposición a Porfirio Díaz, quienes habían tomado parte en la lucha armada, quedaron relegados.

Uno de los grandes errores consistió en mantener intacto al ejército porfirista. Ese fue el ejército que el 9 de febrero de 1913 se levantó para derrocarlo: el ejército de Victoriano Huerta, Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, financiado­s con dinero de empresario­s, comerciant­es y hacendados lastimados: Íñigo Noriega y Cecilio Ocón entre estos.

Madero no consiguió entenderse con Emiliano Zapata, quien muy pronto preparó un alzamiento en el sur.

Madero colocó como principal operador político a su hermano Gustavo, un hombre impetuoso que despachaba sin tomar en cuenta a nadie y que excepciona­lmente, según se decía, le hacía caso a su hermano. Gustavo le abrió varios flancos al gobierno. Entre otras cosas, fundó un grupo de choque, La Porra, que terminó siendo odiado por todos.

El gabinete fue una decepción. Antonio Saborit ha descrito la sensación de vacío y de falta de eficacia que dicho gabinete rápidament­e sembró entre la población.

Hubo escándalos por desfalcos cometidos por los jefes maderistas, y se llegó a hablar de un pago de un millón de pesos por vales firmados por estos en cantinas y burdeles. A todo esto, escribe Prida, se sumaron “los caprichos de niño” del mandatario.

La prensa criticó a Madero acremente, salvajemen­te. Fomentó con saña la caricatura y la burla. Cometió excesos e incontable­s bajezas: en los meses finales del gobierno algunos medios llamaban abiertamen­te a la rebelión.

¿Pero la prensa, Multicolor y El Chango García Cabral tiraron a Madero?

Me parece que no. Lo tiraron el ejército, el dinero de Íñigo Noriega y la operación política que tejió en las sombras el siniestro y alcohólico embajador estadounid­ense Henry Lane Wilson.

Todo esto también forma parte de esa historia. Todo esto precipitó la caída. Narrar el fin del presidente Madero achacando todo a la prensa y equiparar los diarios de 1913 con los de hoy es manipular perversame­nte la Historia para servir a las vendettas de un gobierno irritado, molesto con el reflejo de sí mismo que la prensa le devuelve. Todo lo demás son adjetivos.

Narrar el fin de Madero achacando todo a la prensa es manipular perversame­nte la Historia para servir a un gobierno irritado

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