El Universal

Saskia Niño de Rivera

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Me enseña sus tatuajes. Su piel cuenta su historia. La historia de terror de un niño sicario reclutado por la delincuenc­ia organizada en México.

“Ahí donde vivo, en Tierra Caliente de Guerrero, pasó una camioneta. Yo iba saliendo de la secundaria. Nos subieron a varios sin preguntarn­os. Todos teníamos entre 14 y 20 años. Empezaba la guerra de los carteles unidos en contra del Cártel Jalisco Nueva Generación.

“D” vivió con su abuela, una mujer que vendía cenas para poder darle de comer a sus nietos. Su abuelo se dedicaba a la cosecha de la caña. Ellos, y sus 9 primos, vivían dentro de una casa de dos cuartos construida con adobe. En Amuco de la Reforma, Guerrero, no había presencia de militares o policías. “La autoridad tenía prohibido entrar”, recuerda.

La camioneta que los reclutó, agarró hacia Iguala. Pasaron junto a policías municipale­s que asentando su cabeza permitiero­n que transitara­n en múltiples ocasiones.

Caminamos durante 5 días para llegar al campo de entrenamie­nto. Ahí estuvo casi seis meses. “De las primeras actividade­s fue agarrarnos a balazos entre nosotros para que los jefes pudieran ver quienes sí teníamos huevos”, narra. “Ahí murieron como tres”.

“El primer día nos dieron a todos una varita de árbol y teníamos que cuidarla. El comando nos dijo que era nuestro rifle y nos enseñó que el rifle no se descuida nunca. Nos enseñaron a aguantar el dolor caminando sobre púas todas las mañanas y de repente matar se volvió cosa de todos los días. Para aprender a tirar traían a contras, los vestíamos de militares, los colgaban de un árbol y a jugar tiro al blanco”, explica.

“Me acuerdo una vez que nos dejaron sin comer 5 días. Solo podíamos tomar agua. El quinto día llego uno de los comandos con tamales y todos los devoramos. A la mitad de la comida el jefe nos dijo que estábamos comiendo carne humana. Me acuerdo que era una carne como chiclosa y dura, pero la verdad no sabía mal. Si habíamos comido carne humana ‘ya son capaz de lo que sea’ nos dijo el jefe”.

De cuántas personas ha matado, no se acuerda. “Eso nunca se pregunta”, me dice.

Hoy“D” vive en Estados Unidos. Trabajó siete años para la Familia Michoacana. Vivió para contarlo.

—Yo quería estudiar negocios internacio­nales, me dice. —¿Por qué? —Porque lo mejor es estudiar… ¿quién se cansa de usar una pluma?

Tuvo la oportunida­d de hablar con su tío, quien vivía en Los Ángeles, y “cruzar el río” se volvió cosa sencilla, después de todo lo que había vivido.

La vida de sicario la dejó atrás. “Quiero ser el papá que nunca tuve”, me explica. “Yo nunca había querido pertenecer a la maña. Si a mí me hubieras preguntado a los 16 años, yo quería estudiar y ser arquitecto. Hoy trabajo en construcci­ón y algún día, si logro poner en regla mis papeles, quiero seguir estudiando. Ese sería mi sueño”, termina.

Presidenta y cofundador­a de Reinserta

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