El Universal

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

- JUAN RAMÓN DE LA FUENTE Embajador de México ante la ONU

“La normalidad ambiental que hemos creado es patética. La crisis ambiental es ya una crisis social y pronto lo será también económica y política”

Sir David Attenborou­gh, uno de los naturalist­as más conocidos y respetados por sus documental­es científico­s sobre la vida en la tierra, se refiere al cambio climático como la principal amenaza existencia­l de nuestro tiempo. Razones no le faltan. Lo que está en riesgo es la vida de la especie global a la que pertenecem­os todos. Ni más ni menos. La única solución posible, nos dice Sir David, requiere de la aplicación de una serie de medidas globalment­e concertada­s, de la cooperació­n internacio­nal comprometi­da y solidaria. Es decir, justo lo contrario de la forma en la que hemos reaccionad­o frente a la pandemia por COVID-19.

La nueva normalidad ambiental que hemos creado es patética: los ciclones, las inundacion­es, las sequías, los incendios y hasta las nevadas (fuera de lugar y de temporalid­ad) son parte de esa nueva normalidad. Es el calentamie­nto global, el cambio climático, las emisiones humanas. La crisis ambiental es ya una crisis social, y pronto lo será también económica y política.

Cada vez es mayor la presión al interior de las Naciones Unidas,

para que el Consejo de Seguridad asuma al cambio climático como un problema de seguridad internacio­nal. Todavía hay resistenci­a de algunos países con poder de veto, pero el cambio radical en la política de los Estados Unidos, su regreso al Acuerdo de París, abren nuevamente la posibilida­d. La argumentac­ión es contundent­e.

Se trata de una crisis multidimen­sional y multiplica­dora. La crisis ambiental aumenta los riegos de la inestabili­dad y el conflicto, desplaza poblacione­s, erosiona la infraestru­ctura, atasca el desarrollo. Sus efectos son más visibles en las comunidade­s que dependen de los recursos naturales para su subsistenc­ia. Donde hay insuficien­cia alimentari­a, hay crisis ambiental. También aquí, las mujeres y las niñas cargan con el mayor daño. Se estima que representa­n el 80% de todas las personas desplazada­s por razones ambientale­s.

La relación entre violencia y crisis ambiental es estrecha. Sea por tierras cultivable­s, zonas pesqueras, pastizales para la crianza de ganado, o simplement­e para tener acceso al agua potable, todo ello es motivo de conflictos violentos, de menor a mayor escala. Muchos de estos, a su vez, se asocian a otros tales como, el tráfico de armas, el aumento de refugiados (siempre en condicione­s precarias), la violencia sexual y la violación de los derechos humanos. ¿Cómo que no es un tema que afecta la paz y la seguridad internacio­nales? Los conflictos en Afganistán, Yemen, África Occidental, Darfur o el Sahel, por mencionar algunas regiones, guardan relación estrecha con la crisis ambiental.

También hay una relación innegable entre desigualda­d y medio ambiente. Los más pobres son los quesufrenl­asmayoresc­onsecuenci­as del deterioro ambiental, de la contaminac­ión,elacumulam­iento insalubre de la basura, la falta de alimento o de agua potable.

En algunas pequeñas islas del Pacífico y en otras regiones, el riesgo es total: pueden desaparece­r. Comunidade­s enteras han tenido ya que ser reubicadas. El lugar en el que vivían ha quedado bajo el agua.

El Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, ha sido el más enfático al insistir en la urgente necesidad de actuar de inmediato, para evitar la catástrofe climática. Bill Gates, cuya voz se ha vuelto medio profética a raíz de su acertado pronóstico sobre la pandemia, también insiste: se trata del mayor de todos los riesgos que enfrenta la humanidad.

La solución propuesta es ambiciosa, pero no inalcanzab­le: formar una coalición global con la promesa de llegar a cero emisiones netas a la mitad del siglo, es decir, en 2050. El compromiso es reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o para que no causen ningún impacto neto en el clima, y asumirlo como indicador global. Será sin duda el gran tema de la próxima Conferenci­a de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) a celebrarse en Glasgow a principios del mes de noviembre, si el virus que nos tiene paralizado­s no dispone otra cosa.

Una línea de investigac­ión científica que ha cobrado gran interés, a la luz de todo lo que estamos viviendo y que nos afecta gravemente, se centra en conocer mejor la relación que existe entre cambio climático y zoonosis. Se trata de las enfermedad­es que son propias de los animales pero que, incidental­mente, pueden transmitir­se a las personas. ¿Le suena familiar el tema? Pues no lo pierda de vista.

Pienso que, en el contexto del multilater­alismo, lo que debe actualizar­se es el concepto de seguridad internacio­nal. La pandemia lo hizo evidente. El mundo es muy diferente al de la posguerra, hace 75 años, cuando se fundó la ONU. No puede haber sociedades estables si no se contiene la crisis climática.

Resolver el problema requiere de una colaboraci­ón y una coordinaci­ón global de gran escala, como nunca antes. Construir alianzas (de esas que cuestan tanto trabajo) entre gobiernos, sectores privados, organismos financiero­s, sociedad civil, academia, y organizaci­ones regionales y globales. Se requiere para ello de liderazgos muy fuertes, capaces de conducir procesos participat­ivos y plurales, en medio de poderosos intereses encontrado­s entre sí. El reto es enorme.

Lunes 1 de marzo de 2021

Resolverlo requiere de una colaboraci­ón y una coordinaci­ón global de gran escala

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