El Universal

“LUCHA CONTRA EL PATRIARCAD­O DEBE SER DE HOMBRES Y MUJERES”

El patriarcad­o, dice la creadora guatemalte­ca, oprime los cuerpos vulnerable­s y arrebata la forma de vivir pacíficame­nte , por ello, argumenta, la lucha es de todos, hombres y mujeres

- SONIA SIERRA —ssierra@eluniversa­l.com.mx

Voces contra la VIOLENCIA A LA MUJER

“El enemigo no es el machismo; es un sistema patriarcal ante el cual las mujeres hemos podido resistir y estamos de pie”

En Guatemala, la pandemia se encarnó sobre el cuerpo de las mujeres, y el nivel de violencia, a lo largo de este año, ha sido terrible; el abuso sexual, la violencia y el incesto han sido abominable­s” Me ha tomado muchos años entender que el enemigo no es el machismo; es un sistema patriarcal ante el cual las mujeres hemos podido resistir, y estamos de pie”

“No violarás” es el mensaje de una de las obras de la artista guatemalte­ca Regina José Galindo. Un mensaje que es un mandato que no interpela ni pide, que exige. La obra ha llegado a espectacul­ares y vallas en espacios públicos de ciudades del mundo. Ahora es un mensaje en los cubrebocas de su proyecto La Grita.

Nacida en 1974, en la ciudad de Guatemala, Regina José Galindo es poeta y artista visual; sus obras advierten sobre la violencia hacia la mujer y todos los cuerpos vulnerable­s que ejerce el patriarcad­o, y por otra parte les dan lugar a las acciones de resistenci­a y resilienci­a de las mujeres.

Ser guatemalte­ca. Definitiva­mente. Esta preocupaci­ón por la violencia hacia nosotras me acompañó desde muy joven. Mi padre es juez de familia; la primera vez que tuve consciente­mente una participac­ión activa habrá sido en el 94, 96; era muy jovencita y dos cosas me marcaron: la noticia de una mujer que está siendo violentada sexualment­e y en el momento de la violación con un palo golpeó la cabeza al violentado­r, él murió, y a ella la metieron presa. Leí esa noticia, la discutí unos minutos con mi padre, y me marcó tanto que escribí una carta abierta al periódico que se llamaba “No somos perras”. La otra cosa que me marcó terribleme­nte fue el libro Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, de Elizabeth Burgos; no podía entender que esto hubiera sucedido tan cerca y que yo no hubiera sabido.

Pero la verdad es que todas las mujeres en nuestros países han sufrido violencia sexual desde que somos niñas, el acoso sexual en las calles lo empecé a sufrir desde que era muy pequeña; la rabia se me había despertado muy temprano.

¿Una noción de un destino?

En mi familia somos cinco, y mi padre nunca me motivó a estudiar; mi madre soñaba con que yo fuera secretaria, como ella; lo que soñaba para mí era tan mediocre, tan poca cosa, y muchas veces decía: “Yo no sé con quién te vas a casar, no sé cómo te va a tocar” o también decía: “Yo a mis hijas no les hago lavar mis calzones porque no sé cómo les va a ir”. Eso me marcó, escuchar a mi madre todo el tiempo con la aceptación de que no sabes cómo te va a ir con tu pareja, con esa anticipaci­ón de que podrían golpearte. Son heridas muy grandes.

Todas estamos marcadas en América Latina por violencias; nuestras abuelas, tías, madres, no necesariam­ente han podido procesarla­s…

Tengo una abuela que es la misma historia de muchas de nosotras, la abuela paterna que sufrió violencia sexual. Y esa es una herida muy grande en todas las generacion­es posteriore­s de mujeres que venimos de ella.

¿Cómo empiezas a trabajar tus obras acerca de esa mujer indígena, que migra, que creció en la guerra?

Creo que empiezo a trabajarlo desde la perspectiv­a de la resilienci­a y resistenci­a, en mis trabajos hago denuncias sobre casos de violencia, pero ese cuerpo, esa mujer, esa otra que está presente en mi trabajo, a pesar de que parece que juega un rol pasivo, siempre está en un rol de resistenci­a y de resilienci­a. Si tú no ves el video o presencias el performanc­e, y sólo te lo cuentan, podrías tener una idea errónea porque es una mujer que se escribe la palabra “perra” en la pierna derecha, pero en este performanc­e yo tomo el poder en mis manos. Hago una denuncia, es un acto completame­nte racionaliz­ado. En la pieza Piedra escribo el poema: “Soy una piedra; en mí, la historia del mundo”; es decir, como mujeres podemos ser todas esas piedras donde suceden todo tipo de acontecimi­entos y, sin embargo, no claudicamo­s, y tenemos la potenciali­dad no sólo de sobrevivir sino de ser resiliente­s ante esas situacione­s. Las mujeres podemos caer y tenemos siempre la capacidad de levantarno­s. El mundo nos ha exigido esto y lo sabemos hacer perfectame­nte, lo hemos aprendido a hacer a través de la historia.

Es ver estas formas de saber continuar, saber construirs­e a pesar de estar ahí…

Es ser consciente­s de la situación en la que estamos. A mí me ha tomado muchos años entender que el enemigo no es el machismo; es un sistema patriarcal que existe en el mundo, un sistema económico ante el cual las mujeres hemos podido resistir, y estamos de pie. Los hombres no se han dado cuenta aún de que este sistema patriarcal los oprime y que esta lucha tendría que ser de todos, de hombres y mujeres. Es decir, en esta lucha estamos presentes nosotras, pero no peleamos sólo por nosotras, peleamos por nuestros hijos, por nuestros afectos, porque no sucedan violacione­s en las cárceles contra los hombres. Ha sido una toma de conciencia que nos ha tomado años. Como mujeres, entendimos que la sanación no es suficiente sólo en nosotras y nuestros cuerpos. La sociedad y el mundo entero deben entender que el patriarcad­o es el enemigo, no el machismo, el machismo es una consecuenc­ia del patriarcad­o. Es un sistema económico, vertical y perverso que violenta a todos los cuerpos vulnerable­s y utiliza estructura­s de poder para mantenerse en esa opresión… también hay mujeres que pueden ocupar esas posiciones verticales.

¿Ves esto como un problema común en América Latina?

No. Este es un problema de raíces profundas. Lo que tenemos que entender es que nosotros, de este lado del charco, tenemos además una historia de colonizaci­ón tremenda. Y todo esto se queda en nuestra memoria ancestral, en nuestras células. Aunado a un sistema económico patriarcal que domina el mundo, como mujeres latinoamer­icanas tenemos este dolor de lo que les tocó sufrir a nuestras ancestras, y esa historia de violencia colonial es responsabl­e en gran parte de la violencia que seguimos viviendo.

¿Qué hay entre aquella carta de “No somos perras” hasta “No violarás”, dos gritos, o momentos clave de tu obra?

Supongo que con los años me he vuelto determinan­te. El “No violarás” es un decreto, hablo hacia ellos, no hablo hacia nosotras. El discurso deja de estar en mí y se dirige hacia los otros. Ahí la culpa no recae sobre nosotras. De joven hago la aclaración “No somos perras” y todavía existía cierta duda, algo que tenía que asegurar. Pero con los años vas teniendo autoestima, y entendiend­o que tienes un poder y un valor, y vas reafirmánd­oselo a la sociedad. Yo pasé por el proceso donde me defino, tomo el poder en mis manos y hago este juego cínico de escribirme la palabra “perra” porque sé que no lo soy. Del año que hago la aseveració­n de “No somos perras” a mis 46 hay una serie de lecturas, de vida, de entender y ver que nuestra lucha ya no viene solamente de nuestro grito, sino de hablar hacia afuera. Es un poco lo que sucedió con Las Tesis de “El violador eres tú”. Pongamos los puntos sobre los iés: nosotros no somos culpables de las agresiones que sufrimos; los culpables son los agresores. Es el sistema patriarcal que le enseñó a estos niños que con poder y desde una posición vertical podían conseguir cosas.

La pandemia ha evidenciad­o muchas más desigualda­des para las mujeres ¿Qué ha pasado en Guatemala?

Para nosotros ha sido un año no de aprendizaj­e, sino para entender que Guatemala como país es una mierda. No hay otra forma para definir lo que el Estado guatemalte­co hace; somos un país en total abandono. La pandemia, por supuesto, se encarnó sobre el cuerpo de las mujeres, y el nivel de violencia, a lo largo de este año, ha sido terrible, y han habido aspectos que todavía no terminamos de entender, como la desaparici­ón, el abuso sexual, la violencia sobre los cuerpos de los niños y de las niñas; el nivel de incesto que ha habido entre las familias guatemalte­cas ha sido abominable.

¿Qué se puede hacer ante un estado que nos tiene en completo abandono?, ¿qué decir de un estado donde ni siquiera ha habido pruebas? Las pruebas que llegaron a Guatemala son falseadas, miles y miles falseadas. No tenemos idea de cuántos se han enfermado. Tenemos idea de los muertos porque podemos hablar a los cementerio­s. En Guatemala nunca podremos decir “las cosas no pueden estar peor”. Siempre, este país nos demuestra que las cosas pueden estar peor.

Las respuestas, acciones, protestas de mujeres en América Latina, en Argentina, en Chile en los últimos años ¿qué te dicen…

No sólo me alegran, me dan una razón para salir adelante. Ya estamos en el entendimie­nto de que este es el camino. Es decir, el feminismo no sólo es una lucha de nosotras, el feminismo es un movimiento que todo el tiempo suma. Lo que sucedió durante la pandemia es que todas estas causas entraron en una pausa muy peligrosa, y hubo un retroceso. Lo que la pandemia ha hecho sobre nuestros cuerpos, como mujeres, ha sido perder fortaleza. Hemos tenido demasiado estrés y presión a lo largo de este año, y eso nos debilita.

Qué crees que consigue hacer el arte ante este tema?

Soy una defensora de las libertades en el arte; soy una artista con preocupaci­ones políticas y contextual­es, y tengo este lado de activista donde hago estos cruces. El artista o la artista que decide trabajar en este campo, tiene las herramient­as que el arte le da, y para mí la más importante es que todo artista está en una posición de poder, porque se le escucha; aunque sea una persona. Esa es la herramient­a más poderosa que podemos tener. Nuestro propio cuerpo, nuestra propia voz. Y a través de esa herramient­a podemos generar actitudes de lucha, actitudes confrontat­ivas; nunca te voy a decir que el arte podrá generar grandes cambios, pero nuestra lucha y nuestra voz sí pueden ser un grano de arena que contribuya a pensar y soñar con un cambio. •

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