El Universal

¿Contra la corrupción?

- JOSÉ WOLDENBERG Profesor de la UNAM

En solidarida­d con los medios y periodista­s acosados por la Presidenci­a.

Ya sabemos que al presidente la democracia como poder regulado, dividido y vigilado no le gusta; que la agenda feminista le parece una importació­n perturbado­ra; que la calidad de la educación no se encuentra en el centro de sus preocupaci­ones; que la deliberaci­ón pública e informada le parece una estratagem­a de sus enemigos, y la lista puede crecer y crecer. Pero hay un tema que menciona todos los días, está en el centro de su discurso, pero que tampoco le importa: la corrupción. Y su reacción ante el informe de la ASF puede ilustrar el punto. Porque más que prestar atención a lo que ahí se dice, para intentar corregirlo, lo que pretendió y al parecer logró es tender una cortina de humo que nubla la visión sobre el contenido del documento.

El presidente sabe que la corrupción de los funcionari­os es una fuente de irritación, que muchos de sus adversario­s “tienen cola que les pisen” y que la retórica sobre el tema da dividendos políticos. Por ello su explotació­n diaria. Pero al parecer, lo que le interesa es generar la imagen de que su administra­ción es virtuosa y no es corrupta, no importando que en áreas sustantiva sí lo sea. Lo relevante es que un coro de voces, encabezado por él, construya un cuadro de una realidad inexistent­e.

El sainete luego de la presentaci­ón del informe de la ASF no debió convertirs­eenlaexcus­aparanubla­r las anomalías en la cuenta pública del gobierno. Por supuesto es necesario explicar el costo de la cancelació­n del aeropuerto, pero en el informe se daba cuenta de irregulari­dades en los gastos de un buen número de áreas del gobierno.

En ese informe se habla de adjudicaci­ones de obras de manera anómala, de programas sociales plagados de rarezas, sin controles y de presuntos desvíos de recursos, de padrones de beneficiar­ios deficiente­s, de entregas de apoyos a destiempo. E implica a dependenci­as tan variadas como la Guardia Nacional, la Sedena, la Secretaría del Bienestar o la Conade.

El problema mayor es que en medio de la bruma podemos acabar debilitand­o, los de por sí débiles, mecanismos de rendición de cuentas. La ASF es un órgano especializ­ado de la Cámara de Diputados encargado de fiscalizar, “con autonomía técnica y de gestión”, la cuenta pública. La cuenta es el documento que nos permite saber en qué se gastó y cómo se hizo. Es una tarea fundamenta­l de la Cámara de Diputados que no solo está encargada de legislar, sino también de vigilar que los recursos que manejan las institucio­nes públicas sean bien utilizados.

Es una de las piedras angulares de la división de poderes, de la rendición de cuentas y del acceso a la informació­n pública (quizá todas ellas nociones importadas). Una de las Cámaras del Legislativ­o se planta ante los otros poderes y analiza las inconsiste­ncias de sus gastos. Es una rutina institucio­nal que les permite a las distintas dependenci­as aclarar las debilidade­s y presuntas raterías detectadas. Eso es lo que debió seguir —y debe seguir— a la presentaci­ón del informe.

No obstante, la forma en que el presidente atajó las observacio­nes de la ASF no ayuda a combatir la corrupción. A un presidente preocupado por la corrupción de los suyos (ya se sabe que uno puede ser implacable con los adversario­s), el informe de la ASF debería serle de una gran utilidad, dado que no puede estar al tanto de todo lo que sucede en las dependenci­as bajo su mando.

Pero no. Lo que importa es la imagen. Y esa —según vemos— debe ser intocada.

Podemos acabar debilitand­o la de por sí débil rendición de cuentas

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