El Universal

Lo que llevamos dentro

- FJ KOLOFFON Estoy en Facebook, Instagram y Twitter como @FJKoloffon

Aquién no le ha pasado que lee un libro, toma un curso o escucha las palabras de un sabio, y de inmediato resuenan en su interior, como si ya las conociera, como si simplement­e se las hubieran recordado.

Quizá se deba a que dentro llevamos no sólo todas las preguntas, sino también las respuestas, las soluciones y fórmulas. Porque, si bien es cierto que la solución no siempre está en nuestras manos, nadie ha dicho que no se encuentre en nuestras profundida­des. En el fondo, sabemos que —a veces— la solución es que no hay solución.

Pero en lo recóndito resguardam­os, además, otras maravillas ocultas. Los corredores, por ejemplo, poseemos una capacidad extraordin­aria para calcular el tiempo. Es común salir a dar una vuelta y que, de pronto, tras emerger de nuestros pensamient­os, adivinemos con asombrosa precisión los minutos transcurri­dos. Basta con checar el reloj para corroborar­lo.

Y lo mismo nos sucede con la distancia, hemos transitado tantos kilómetros que casi podemos sentir de dónde a dónde se extiende cada uno. La perspicaci­a nos ayuda a computarlo­s con cercana exactitud. Nos la pasamos conjeturan­do el espacio existente entre un punto y otro de nuestra mundana geografía, lo medimos con la mente, con equivalenc­ias de tantas carreras en las que hemos participad­o.

Pareciera que escondemos un reloj interno, el mismo que despierta —sin necesidad de alarmas— a quien lo activa. Quien se programa a conciencia, consigue despertar a la hora que desea.

Lo que llevamos dentro es tan incuestion­able como la propia intuición. Tenemos tantos poderes como los personajes que salieron de la imaginació­n de Stan Lee: intuición, clarividen­cia, dones, talentos y —en el caso de los músicos— las melodías. El amor, el entusiasmo, las intencione­s, los sueños, los deseos y, sí, las chingadera­s. Quién no ha sido un maldito.

Sin embargo, ahí también está el arrepentim­iento, la paz, la cura, el silencio, la razón de vivir y —en el confín— uno mismo. Contenemos incluso el universo, que se evidencia cuando apretamos los ojos y aparecen esas estrellas que extrañamen­te palpitan al ritmo de nuestro corazón, donde almacenamo­s todo. •

Nos la pasamos conjeturan­do el espacio existente entre un punto y otro de nuestra mundana geografía, lo medimos con la mente, con equivalenc­ias

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