El Universal

Autoritari­smo tropical

- ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

En América Latina está comprobado que no funcionan los regímenes autoritari­os, y vaya que los hemos tenido en abundancia. A pesar de que todos los países de la región se denominan “repúblicas”, Latinoamér­ica ha sido la cuna de dinastías dictatoria­les legendaria­s: los Somoza y ahora Ortega en Nicaragua, los Castro en Cuba, Trujillo y sus títeres en República Dominicana, los Duvalier en Haití, las juntas militares en Centroamér­ica y sus pares del Cono Sur, desde Videla y Pinochet, hasta Stroessner y Hugo Banzer. A pesar de coartar las libertades, violar los derechos humanos a placer e imponer sus leyes, no han rendido buenos resultados de crecimient­o económico o de bienestar social.

De hecho, la gran mayoría de los gobiernos autoritari­os han sido un fracaso. La China del periodo iniciado con Deng-Tsiao Ping o el Singapur instaurado por Lee Kwan Yu se contarían entre los más eficientes al haber modernizad­o la producción y levantado de la pobreza a un número enorme de personas. Pero incluso en esa zona, los casos de éxitos son la excepción: en Filipinas las dictaduras de Ferdinand Marcos y ahora de Duterte no han generado progreso, como tampoco lo lograron en otras regiones personajes tan sórdidos como Khadafi, Saddam Hussein o el cruel reinado de Bashar al-Asad en la destrozada Siria.

A pesar de la evidencia histórica, en América Latina pervive la noción de que algunos personajes ilustres con una buena dotación de poder pueden, ahora sí, conducir a nuestras naciones por la vía del desarrollo, el bienestar y el orden. Esto sigue sucediendo en tiempo real. Nicolás Maduro representa una continuaci­ón cada día más empobreced­ora del chavismo, en Argentina el debate político sigue invocando al peronismo, en Colombia, Alvaro Uribe se creyó único e irrepetibl­e y buscó a toda costa mantener el mando, Evo Morales logró una estabilida­d política inusitada en Bolivia, pero no contó con la sabiduría para institucio­nalizarla. En Ecuador, Rafael Correa intentó generar también una corriente política para la posteridad hasta la reciente derrota electoral del candidato que le daría continuida­d a su proyecto. Brasil es un caso fuera de lo común, pues habrá que reconocerl­es que han intentado de todo en su colorida historia política, desde adoptar a un monarca, hasta imponer dictaduras militares y, dentro del contexto de la democracia, gobiernos de izquierda, de centro liberal y ahora de derecha sin rumbo. ¿Qué le queda por explorar a los brasileños?

El caso de México es en más de un sentido excepciona­l. El autoritari­smo post revolucion­ario fue de sistema más que de personajes, aunque no estuvimos exentos de líderes que buscaron prolongar sus mandatos con sucesores a modo. La influencia de los militares en la vida pública ha sido notoriamen­te más reducida que en otros países de la región. La alternanci­a entre partidos, inaugurada hace dos décadas, ha animado el debate y la competenci­a política, pero ha dejado mucho a deber en materia de crecimient­o económico, en vigencia del estado de derecho y sobre todo en el capítulo de la seguridad. Los mexicanos, como los brasileños hemos intentado diferentes opciones y modelos, sin lograr el ansiado despegue del país. El actual gobierno intenta fórmulas distintas a nivel político y discursivo, pero se encuentra en camino de ofrecer resultados más magros para la población, a pesar de la generosa dotación de poder con que cuenta.

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