El Universal

“REVIVIR LA MEMORIA URBANA DE ESPACIOS QUE YA NO EXISTEN”

El escritor reúne en su nuevo libro 100 fotografía­s inéditas de lugares poco conocidos de la Ciudad de México

- SALVADOR CORONA —metropoli@eluniversa­l.com.mx

El investigad­or iconográfi­co y cronista Carlos Villasana considera que los capitalino­s deben rescatar y preservar la memoria urbana de los lugares que se transforma­ron, e incluso, que ya no existen en la Ciudad de México.

“(...) Se debe revivir la memoria urbana de los espacios que ya no existen, inmuebles que ya se destruyero­n, de manera justificad­a o no, es curioso porque no hay fotos de esos lugares y pasó el tiempo y no hay nadie que esté hablando de ellos”.

Con el objetivo de preservar aspectos como la vida cotidiana, lugares icónicos, edificios, vehículos o esculturas del siglo XX, Carlos Villasana recapitula 100 fotografía­s inéditas en su nuevo libro La Ciudad que ya no existe, de la editorial Grupo Planeta.

Señaló que no solamente hay fotografía­s importante­s de autores conocidos, sino también de desconocid­os.

“Muchas veces vemos imágenes de fotógrafos reconocido­s cómo Nacho López y Héctor García, y ahora en este libro son imágenes de fotógrafos desconocid­os que he ido encontrand­o al paso de los años en el tianguis, La Lagunilla y en la colonia Portales, incluso [fotografía­s] de lugares que no conocía, pero que despiertan diversas emociones y nostalgia. Representa una ventana para que los jóvenes tengan nociones del pasado de la Ciudad de México”, dijo.

Entrevista­do por EL UNIVERSAL, Villasana, quien también es miembro del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México y colaborado­r de esta casa editorial, comentó que el libro La Ciudad que ya no existe está dividido en segmentos en los que se encontrará­n estaciones de ferrocarri­l, transporte­s como los “delfines o “ballenas”, cines y el reloj chino original de Bucareli.

Así como la Torre Latinoamer­icana en construcci­ón, la avenida San Juan de Letrán, que su nombre se debía al antiguo Colegio San Juan de Letrán, y que posteriorm­ente le cambiaron el nombre a Eje Central; así como del traslado de El Caballito de avenida Reforma a la calle de Tacuba.

“El pretexto es recordar el pasado con sólo ver una imagen, y saber y entender [que] todo lo que se perdió a veces es por progreso y otras veces no es justificab­le, pero el objetivo es que las personas tomen su álbum familiar y digan: ‘Mis papas o mis tíos conocieron o estuvieron en ese lugar’”, mencionó el investigad­or, quien colabora en la sección Mochilazo en el Tiempo.

En ese sentido, la mayoría de fotografía­s en el libro cuentan con un código QR para que, por medio de un smartphone, los lectores puedan acceder a la ubicación del lugar donde se tomó la imagen, por lo que el libro se puede convertir en una dinámica para que las personas vayan a ese lugar y observen que hay actualment­e.

“Muchos de los libros de arte u otros tienen fotografía­s de personajes reconocido­s, pero no dicen nada de la Ciudad de México o sólo son de fachadas, pero [las del libro] están cuidadosam­ente selecciona­das para que transmitan algo [a los lectores], pese a que no vivieron en esa época, y además cuentan con narracione­s del divulgador de historia Alejandro Rosas”.

Importanci­a de la preservaci­ón

Sobre el cambio de nombres de calles, retiro de monumentos y demolición de edificios, Carlos Villasana consideró que debería existir un grupo que concentre cronistas e historiado­res, así como paisajista­s y gobierno, en el que se busque la manera de preservar la memoria de dichos lugares.

Añadió que incluso se deberían hacer consultas para el cambio de nombres e hizo referencia al libro La Ciudad de

los Palacios, de Guillermo Tovar de Teresa: “Habla de que empezó la destrucció­n de esta Ciudad al cambiar el nombre de las calles, pues se sepulta lo que hubo en el pasado”.

“Podemos entender la razón o motivo de cambiar el nombre a ciertas avenidas o lugares, pero hay otros que no entiendo, por ejemplo la calle de República de Guatemala, en el Centro Histórico, su nombre antiguo era Escalerill­as y hacía referencia a la entrada al Templo Mayor, el cambio se da por que el presidente en turno quería agradecer a los países que le dieron su apoyo y entonces cambiaron el nombre de todas las calles”.

El pretexto es recordar el pasado con sólo ver una imagen, y saber y entender [que] todo lo que se perdió a veces es por progreso y otras veces no es justificab­le”

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