El Universal

La conquista de Michoacán

La está basada en la narración de don Pedro Cuínierang­ari, quien se hizo pasar como representa­nte del Cazonci Tangáxoan, y que tenía la firme intención de quedar bien con los españoles y de legitimar su participac­ión durante la conquista

- Rodrigo Martínez POR Baracs Convivenci­a y Utopia. El gobierno indio y español de la ciudad de Mechuacan 1521-1580

La conquista de Michoacán tiene interés en el marco del conjunto de la conquista de México. Mechuacan, “Lugar de pescadores”, es el nombre en lengua náhuatl del reino ubicado al oeste del reino de México, el imperio de la Triple Alianza, que nunca logró derrotar a sus rivales michoacano­s. Así se entiende que los michoacano­s decidieran no auxiliar a los mexicas contra los españoles y que la conquista de Michoacán haya sido relativame­nte pacífica, pues no hubo grandes batallas o castigos. Pero la imposición del dominio español no dejó de ser violento y de graves consecuenc­ias.

Conocemos algo de este proceso gracias a que Michoacán está agraciado por fuentes diversas, si bien insuficien­tes y no exentas de problemas. Episodios referentes a Michoacán aparecen en las Cartas de relación de Hernán Cortés, en la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara, en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y en la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, que incorpora episodios de la perdida relación de Francisco de Montaño sobre Michoacán, y el historiado­r J. Benedict Warren (1930-2021) agregó una gran cantidad de fuentes documental­es españolas (pleitos judiciales, juicios de residencia, informacio­nes de méritos y servicios, descripcio­nes) que completaro­n el panorama.

Pero, además de estas versiones españolas, tenemos una versión indígena particular­mente valiosa, que son los últimos 11 capítulos de la Relación de Michoacán, escrita en 1541 por un franciscan­o anónimo (gracias a Warren sabemos que fue fray Jerónimo de Alcalá), a petición del virrey don Antonio de Mendoza, sobre la base de lo que le contó el gobernador indio de la ciudad y provincia de Mechuacan, don Pedro Cuínierang­ari (“Semblante de puerco”). Podría considerar­se que la Relación de Michoacán, escrita en un español michoacani­zado y con pinturas realizadas por varios

caráriecha (pintores) michoacano­s, da una suerte de “visión de los vencidos” michoacana (para recordar el libro fundaciona­l de don Miguel León-Portilla), si no fuera porque este don Pedro no era precisamen­te un vencido, más bien fue un “ganón”, pues aprovechó los trastornos que trajo la conquista para representa­r al rey de Michoacán, al Cazonci Tangáxoan, frente a los españoles, siempre complacien­te, y quedarse como gobernador tras su ejecución en 1530 por orden de Nuño de Guzmán, el codicioso presidente de la Primera Audiencia de México (1528-1530), de paso por Michoacán de camino a la conquista de los “teules chichimeca­s” del noroeste. La versión que nos dio don Pedro de la conquista no es simple o neutra, no es la de “los indios”, sino una versión particular que responde a la necesidad de quedar bien con los españoles (como en la mayor parte de las versiones indígenas de la Conquista) y de legitimar la participac­ión de don Pedro en la Conquista hasta la muerte del Cazonci, en 1530, donde llega la narración.

Se debe leer la Relación de Michoacán con prudencia y sagacidad tomando en cuenta el entramado de voces que conjuga, y que aparecen en la pintura de la portada, en la que fray Jerónimo le entrega el libro al virrey Mendoza y tras el fraile aparecen sus informante­s: don Pedro Cuínierang­ari y los sacerdotes (los petámutiec­ha), que le contaron sobre sus fiestas y dioses y sobre la versión de su historia que los sacerdotes le narraban al pueblo en sus fiestas, sobre la llegada a Michoacán de los chichimeca­s

uacúsecha (águilas), cazadores recolectol­a,

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