La conquista de Michoacán
La está basada en la narración de don Pedro Cuínierangari, quien se hizo pasar como representante del Cazonci Tangáxoan, y que tenía la firme intención de quedar bien con los españoles y de legitimar su participación durante la conquista
La conquista de Michoacán tiene interés en el marco del conjunto de la conquista de México. Mechuacan, “Lugar de pescadores”, es el nombre en lengua náhuatl del reino ubicado al oeste del reino de México, el imperio de la Triple Alianza, que nunca logró derrotar a sus rivales michoacanos. Así se entiende que los michoacanos decidieran no auxiliar a los mexicas contra los españoles y que la conquista de Michoacán haya sido relativamente pacífica, pues no hubo grandes batallas o castigos. Pero la imposición del dominio español no dejó de ser violento y de graves consecuencias.
Conocemos algo de este proceso gracias a que Michoacán está agraciado por fuentes diversas, si bien insuficientes y no exentas de problemas. Episodios referentes a Michoacán aparecen en las Cartas de relación de Hernán Cortés, en la Historia de la conquista de México de Francisco López de Gómara, en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y en la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, que incorpora episodios de la perdida relación de Francisco de Montaño sobre Michoacán, y el historiador J. Benedict Warren (1930-2021) agregó una gran cantidad de fuentes documentales españolas (pleitos judiciales, juicios de residencia, informaciones de méritos y servicios, descripciones) que completaron el panorama.
Pero, además de estas versiones españolas, tenemos una versión indígena particularmente valiosa, que son los últimos 11 capítulos de la Relación de Michoacán, escrita en 1541 por un franciscano anónimo (gracias a Warren sabemos que fue fray Jerónimo de Alcalá), a petición del virrey don Antonio de Mendoza, sobre la base de lo que le contó el gobernador indio de la ciudad y provincia de Mechuacan, don Pedro Cuínierangari (“Semblante de puerco”). Podría considerarse que la Relación de Michoacán, escrita en un español michoacanizado y con pinturas realizadas por varios
caráriecha (pintores) michoacanos, da una suerte de “visión de los vencidos” michoacana (para recordar el libro fundacional de don Miguel León-Portilla), si no fuera porque este don Pedro no era precisamente un vencido, más bien fue un “ganón”, pues aprovechó los trastornos que trajo la conquista para representar al rey de Michoacán, al Cazonci Tangáxoan, frente a los españoles, siempre complaciente, y quedarse como gobernador tras su ejecución en 1530 por orden de Nuño de Guzmán, el codicioso presidente de la Primera Audiencia de México (1528-1530), de paso por Michoacán de camino a la conquista de los “teules chichimecas” del noroeste. La versión que nos dio don Pedro de la conquista no es simple o neutra, no es la de “los indios”, sino una versión particular que responde a la necesidad de quedar bien con los españoles (como en la mayor parte de las versiones indígenas de la Conquista) y de legitimar la participación de don Pedro en la Conquista hasta la muerte del Cazonci, en 1530, donde llega la narración.
Se debe leer la Relación de Michoacán con prudencia y sagacidad tomando en cuenta el entramado de voces que conjuga, y que aparecen en la pintura de la portada, en la que fray Jerónimo le entrega el libro al virrey Mendoza y tras el fraile aparecen sus informantes: don Pedro Cuínierangari y los sacerdotes (los petámutiecha), que le contaron sobre sus fiestas y dioses y sobre la versión de su historia que los sacerdotes le narraban al pueblo en sus fiestas, sobre la llegada a Michoacán de los chichimecas
uacúsecha (águilas), cazadores recolectola,