El Universal

Nueva Galicia Muerte en el jardín

Nuño Beltrán de Guzmán, hombre cruel aunque religioso, enemigo de Cortés, llegó hacia 1530 a las ricas tierras que después formarían la Nueva Galicia, donde se enfrentó a diversos señoríos

- Thomas Calvo POR Espacios, climas y aventuras: El galeón de Filipinas y la fragata de las Marianas en el Pacifico occidental (1680-1700)

La muerte en este jardín: ese título de una película de Luis Buñuel me viene a la mente, de manera espontánea, al reflexiona­r sobre tales circunstan­cias. Incluso sin querer dramatizar más allá de lo que ofrece tal realidad. En la historia de la humanidad hubo momentos tal vez más terribles, como la cruenta expansión de las huestes de Tamerlán (1336-1405) que dejaba detrás de ella altas pirámides de cabezas cortadas. Pero esto ocurría en universos ya fogueados por los horrores. Los espacios donde los conquistad­ores de Nueva Galicia abrieron senderos de desolación estaban aún poco tocados por la mano del hombre; bosques, lagos, ríos, sierras y orillas de mar se hubiesen podido confundir con el paraíso terrenal. Sus comunidade­s no desconocía­n los horrores de la violencia, pero su débil densidad limitaba esas manifestac­iones. La brutal irrupción de los españoles y sus aliados indios del Anáhuac y Michoacán fue un colapso inaudito, un incendio devastador en ese jardín.

Lo que en febrero de 1530 espera ser conquistad­o y convertirs­e en la Nueva Galicia es, en parte o en totalidad, unos seis estados de la actual República mexicana: Aguascalie­ntes, Jalisco, Nayarit, San Luis Potosí, Sinaloa y Zacatecas. Constituye una gigantesca escalera y cuadriláte­ro, sobre 250 a 300 mil kilómetros cuadrados. Las tierras calientes bordean lo que ya los españoles llaman la Mar del Sur (el Pacífico), pantanosas, fértiles, con unos asentamien­tos dispersos que van subiendo y consolidán­dose por los estribos de la Sierra, como Xalisco y Tepic. Algodón, cacao, salinas, riego, ofrecen rasgos culturales notables, de manera que en 1530 es la región con mayor densidad. Aquí también el clima tropical ofrece sus encantos y sus maldicione­s a los conquistad­ores: “la tierra es demasiado calurosa y hay muchos alacranes. Las aguas son entradas y vienen recio”, escribe el caudillo Nuño Beltrán de Guzmán en julio de 1530.

Detrás de la Sierra Madre, de cuenca en cuenca, se va subiendo hasta mil 500 metros sobre el nivel del mar (msnm) —Tequila está situada a mil 200 msnm, Atemajac a mil 550 msnm—. Ahí están presentes las comunidade­s mejor estructura­das, plenamente sedentaria­s, siendo la provincia de Tonalá la de mayor relieve. Más allá del maíz, del pulque, hay “industrias” incipiente­s, como el textil de manta de algodón. Es tierra templada, donde los conquistad­ores se instalarán con deleite, y con ellos sus ganados, sus labores de campo, y sus ciudades.

Queda al este el altiplano sobre los 2 mil msnm, tierra fría, austera, polvorient­a, con sus paisajes de mezquite, sus grupos de indios cazadores colectores, los que ya los mexicas llamaban teules-chichimeca­s, término genérico que encubre muchas variantes culturales, como los zacatecos y los guachichil­es. Parecía ser “tierra de nadie”, repulsiva a los ojos de los españoles, pero el eco sonoro de la plata se hizo oír cerca del crestón zacatecano del cerro de la Bufa en 1546.

Si hasta el año de 1300 hay cierta uniformida­d humana en esta amplia región, con la cultura Aztatlán (900-1300) que se

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