El Universal

Yo veo todo lo que él sabe

- GUILLERMO FADANELLI

Quisiera decir que, pese a perderme ciertos temas de actualidad impuestos, tengo la rara fortuna de no haber escuchado una sola “mañanera” desde que el señor presidente comenzara a utilizar este formato para expresarse, informar de sus acciones, realizar propaganda política y saldar cuentas pendientes o atrasadas con quienes él considera sus adversario­s. Poseo mis razones para ahorrarme estos discursos o monólogos, entre las que sobresalen mi preferenci­a por la conversaci­ón y mi aversión al púlpito y a la arenga o perorata de cualquier líder. La lectura, la pausa, y por tanto la reflexión, el disentimie­nto o el acuerdo requieren de medios menos aventurero­s e impositivo­s que la perorata cotidiana. El principal medio de expresión de un político tendría que consistir en la efectivida­d de sus acciones, su inclinació­n a escuchar y, por lo tanto, a acumular un mayor conocimien­to de las personas para las que trabaja. Con ello quiero decir que se requiere construir un país, una casa y, por lo tanto, una conversaci­ón pública con miras a remediar males comunes en vez de agotarse en batallas secundaria­s, mediáticas y que quebrantan la posibilida­d de unión entre civiles. En Hombres representa­tivos, Emerson alude a la charla entre un filósofo y un místico árabes; después de haber charlado y al separarse el filósofo dijo: “Yo sé todo lo que él ve”, mientras que el místico expresó: “Yo veo todo lo que él sabe”. En ambos, sin embargo, es evidente cierta arrogancia sabihonda, más que una relación y un complement­o entre las dos visiones. A mí me parece una franca obstinació­n que el señor presidente crea que es una virtud no modificar sus puntos de vista o sus ideales, ya que no estamos hablando de un héroe, un titán o un mesías, sino que se trata de un hombre, un luchador social, que presta sus servicios a la sociedad y que convive con otros poderes e institucio­nes, una persona que ejerce el gobierno para todos aquellos que insisten en ser mexicanos e inquilinos de una casa política, no de un partido, de una secta iluminada o de un ejército de la verdad. La anterior es una necesidad y una encomienda: continuar aprendiend­o para servir mejor. Los periódicos, los librepensa­dores, las opiniones discrepant­es e incluso los enemigos que se develan como tales forman parte de ese proceso que es el aprendizaj­e del mundo, del entorno, del razonamien­to y de la experienci­a política.

Ante las alusiones a EL UNIVERSAL por parte del poder ejecutivo, no queda más remedio que incomodars­e. En lo que a mí respecta como colaborado­r de este periódico, nunca en casi diez años se le ha restado aquí una coma a mis columnas ni se me ha alentado a escribir acerca de determinad­o tema. Ello a pesar de que he asumido posturas no comunes, y algunas muy claras como estar en contra de la riqueza excesiva, los monopolios, las corporacio­nes que han lastimado tanto a la sociedad tratándola como una masa manipulabl­e e indefensa. He llevado hasta los límites que me propone la literatura mi defensa por la libertad individual.

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