El Universal

Justicia pendiente

- ALEJANDRO ENCINAS RODRÍGUEZ Subsecreta­rio de Derechos Humanos, Población y Migración

La justicia penal, pronta y expedita es una de las grandes asignatura­s pendientes en nuestro país.

Si bien se han promovido diversas reformas que buscan fortalecer el sistema judicial, como sucedió con la reforma en materia de seguridad y justicia de 2008, que estableció una ruta de cumplimien­to hasta el 2016 y que se robusteció en 2011, con la reforma constituci­onal en materia de Derechos Humanos, aún estamos lejos de que éstas impacten de manera clara en el acceso a la justicia.

Ejemplo de ello, es la situación que enfrentan las personas privadas de la libertad. Actualment­e, en los 288 centros penitencia­rios del país se concentra una población penitencia­ria de 200 mil l14 personas, de las cuales, el 43 por ciento, es decir, 94 mil 547 personas, se encuentran sin sentencia, lo que se suma a otros problemas de la población penitencia­ria, como el hacinamien­to y la falta de acceso a derechos básicos.

Este es un problema generaliza­do en el sistema judicial, aunque se concentra principalm­ente en las entidades federativa­s, toda vez que el 87 por ciento de la población penitencia­ria correspond­e al fuero común y 13 por ciento al fuero federal.

De acuerdo con el Censo Nacional de Gobierno, Seguridad Pública y Sistema Penitencia­rio (INEGI, 2020), 42.6 por ciento de esta población tuvo que esperar un año o más para recibir su sentencia, y solo el 27.3 por ciento obtuvo su sentencia en menos de 6 meses, aunque de acuerdo a los registros actuales hay personas que superan las dos décadas sin sentencia.

Sumado a lo anterior, el Censo Nacional de Procuració­n de Justicia Estatal 2019 (INEGI, 2019), revela que, del millón 901 mil 740 carpetas de investigac­ión iniciadas en 2018, sólo fueron cerradas 83,419, es decir, sólo el 4.3 por ciento a diciembre de 2018.

Los datos mostrados cuestionan el enfoque integral de las reformas realizadas, el principio de presunción de inocencia, el derecho de toda persona a ser considerad­a inocente hasta que se compruebe lo contrario, y que observa a la prisión preventiva como una medida cautelar de carácter excepciona­l para las personas que podrían evadirse u obstaculiz­ar la justicia, entre otras causas, quedan en entredicho.

Existen diversas investigac­iones que revelan la corrupción existente en el acceso a la justicia, que vulneran los avances en la materia. Son innumerabl­es los ejemplos que se pueden exponer, una muestra de ellos es el reciente amparo otorgado por la Magistrada Selina Haidé Avante Juárez y por la secretaria en funciones de Magistrada, Garciela Bonilla González, que buscan exonerar a Kamel Nacif por la tortura contra la periodista Lydia Cacho.

El sistema de justicia cuenta con recursos, infraestru­ctura y personal, pero se mantiene en una inercia renuente a los cambios, ocioso o subutiliza­do, lo que falta es un compromiso para el desarrollo de estas capacidade­s institucio­nales para garantizar el acceso a la justicia; una que se pronta y expedita y ponga en el centro los derechos humanos, y que proteja a las personas y respete sus derechos, sean imputados o víctimas.

La transforma­ción al sistema de justicia sigue sin rendir resultados. Los jueces, juezas, magistrado­s y magistrada­s, así como las y los fiscales, tienen la obligación de agilizar y desburocra­tizar el acceso a la justicia. Luchar contra la corrupción y el nepotismo constituye­n los principale­s retos para un acceso efectivo a la justicia que impacte favorablem­ente en las víctimas y a los grupos sociales más vulnerable­s.

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