“NO ES ÉTICO VER A LA PANDEMIA SÓLO COMO UNA OPORTUNIDAD DE NEGOCIOS”
Hace un llamado a la población a vacunarse y afirma que realizar esa acción “es un deber moral” y “lo mejor que tenemos para evitar muertes”
Rodrigo Guerra López, el mexicano recientemente nombrado secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, está consciente del desafío que tiene por delante: una pandemia global que golpea con dureza la región, que agrava la crisis migratoria y una región dividida, entre la izquierda y la derecha, donde las poblaciones terminan, dice, “pagando los platos rotos” por las decisiones de sus gobiernos.
“Es un honor para mí enorme poder ser invitado a asumir esta responsabilidad”, afirma Guerra López, de 55 años, profesor, abogado, doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein, en entrevista con EL UNIVERSAL. “Agradezco la confianza que el papa Francisco deposita en un mexicano” para asumir como secretario una comisión cuya misión principal es aconsejar y ayudar a las iglesias particulares en América Latina.
Uno de los principales problemas que afecta a la región, dice Guerra, miembro de las Pontificias Academias de Ciencias de la Vida y Sociales, es la pandemia. Y le preocupa, entre otras cosas, el tema del acaparamiento de vacunas. “No es ético —advierte— “interpretar la pandemia como una mera oportunidad para hacer negocios”. Al mismo tiempo, y frente a la desinformación sobre las vacunas, hace un llamado para que la gente se vacune. “Es un deber moral”, afirma, y “lo mejor que tenemos para evitar muertes”.
Le tocó asumir en un momento complicado en América Latina, en medio de una pandemia, de protestas sociales, de crisis políticas… ¿Cómo ve el papel de la Iglesia en la región?
—La Iglesia católica no es una organización no gubernamental, no es un partido político, pero tiene una existencia social ineludible. Está presente en todas las realidades, en todas las latitudes y en medio de todos los desafíos sociopolíticos que hoy tenemos en América Latina... Una cosa es la presencia de la Iglesia en Brasil, delante del desafío del populismo de ultraderecha de [el presidente, Jair] Bolsonaro y otra cosa es la Iglesia, tal vez, en Venezuela...
Tengo la impresión de que la Iglesia tiene muchos frentes, pero un mismo mensaje: hay que aprender a reconstruir la vida social y política a través de la fraternidad, no de la violencia. A través de la misericordia, no de la condena... Es necesario volver a creer en la fuerza que tienen el diálogo, el consenso y la búsqueda de acuerdos pacíficos, y privilegiar siempre la vía no violenta para resolver las diferencias.
La Academia Pontificia por la Vida (...) ya ha afirmado que es importante luchar por que las patentes se liberalicen, por que todos los países tengan libre acceso a las vacunas y las puedan fabricar”
Hay países como Venezuela o Nicaragua donde lo que vemos son regímenes que actúan contra la propia población. En el caso de Nicaragua, hemos visto un papel muy activo de la Iglesia tratando de ayudar a esa población. ¿Qué más se puede hacer?
—Cuando hay graves violencias, graves vejaciones en contra de la dignidad y los derechos fundamentales, la Iglesia está llamada a siempre acompañar al pueblo que sufre... El compromiso de la Iglesia es siempre con el pueblo, sobre todo con el más pobre y explotado, que muchas veces es el que termina pagando los platos rotos de las malas decisiones que las élites muchas veces toman.
La región experimenta una serie de situaciones previas a la pandemia, pero que ésta agravó y que han derivado en una ola migratoria principalmente con destino a Estados Unidos. ¿Cómo ven ustedes esta crisis migratoria y cómo pueden ayudar?
—Emigrar es un derecho humano. Los seres humanos han desarrollado sus culturas y civilizaciones migrando… Hoy los fenómenos migratorios, hay que reconocerlo, tienen una causa, y es que muchos de los programas de ajuste estructural que se han implementado en América Latina han generado más pobreza en vez de más desarrollo...
Hoy la Iglesia está llamada a acompañar a los migrantes, no solamente a nivel espiritual y con acompañamiento pastoral, sino también defendiendo los derechos y mostrando las razones por las que las naciones tienen que construir las condiciones para un flujo migratorio ordenado, que permita construir puentes solidarios y fraternos entre los países, y jamás muros...
Hablemos ahora de la pandemia. ¿Cuál sería el llamado de la Iglesia frente al acaparamiento de vacunas?
—La Academia Pontificia por la Vida, que es el organismo científico que más directamente ha enfrentado todos los temas, a veces muy técnicos, asociados a la pandemia, ya ha afirmado que es importante luchar por que las patentes se liberalicen, por que todos los países tengan libre acceso a las vacunas y las puedan fabricar. Que el salvar a grandes poblaciones no sea objeto de negocio, sino de ayuda humanitaria.
No es ético interpretar la pandemia como una mera oportunidad para hacer negocios. Es ante todo una emergencia global que requiere solidaridad global y poner la inteligencia y la investigación científica en la línea de la solidaridad y la colaboración.
Otro aspecto de la pandemia es el de la desinformación.
—Tenemos que combatir la desinformación. Existen una gran cantidad de teorías conspirativas, de seudociencia, que tratan de boicotear la aplicación de las vacunas, a veces hasta en nombre de la fe. Es contrario a la fe y a la razón el boicotear las vacunas por el hecho de que son experimentales, porque fueron producidas muy rápidamente... Las vacunas que hoy tenemos no son perfectas, pero son lo mejor que tenemos para evitar las muertes. Hoy por hoy es mayor el beneficio que las vacunas proveen que los riesgos que provocan. Por eso el papa Francisco ha insistido en que es un deber moral vacunarnos.
Hablando de su labor, ¿cuáles ve como sus principales desafíos?
—El papa Francisco ha sido muy claro en que la Iglesia en América Latina no debe inventar nuevos programas ni estar buscando nuevos parámetros para la acción, sino que debemos reactivar la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Aparecida. Esa reunión, de 2007, fue muy importante porque volvió a centrar las cosas: ya basta de moralismos, decían los obispos en Aparecida. Ya basta de creer que el cristianismo es ante todo norma ética o condena moral... La Iglesia, si se debe distinguir en algo, no es por las condenas, sino por la misericordia y la cercanía efectiva con las periferias, con los más alejados, con los ambientes más adversos, con las realidades más complicadas, en materia de pobreza, sexualidad, situación migratoria, cultural. Esa es la prioridad que el Papa le ha dado a la Iglesia en América Latina y la oficina a través de la cual todo esto se activa es la Pontificia Comisión para América Latina...
La Iglesia sólo se vuelve creíble cuando manifiesta su misericordia y su compasión.
¿Y cuáles ve como oportunidades en la región?
—América Latina está muy llena de heridas, pero hay oportunidades enormes. Tenemos una identidad cultural profunda...
Tenemos que crear iniciativas de cooperación... Hoy la Iglesia tiene que colaborar a la reconciliación social y esa es una gran oportunidad porque sí existen fuerzas solidarias en América Latina. En México lo sabemos.