El Universal

EL ÉXODO HAITIANO DE TIJUANA A COAHUILA

Miles de migrantes que vivían desde 2016 en esta frontera abandonaro­n sus casas y negocios para unirse a miles de compatriot­as que intentaron cruzar a Estados Unidos por Ciudad Acuña

- Texto: GABRIELA MARTÍNEZ —estados@eluniversa­l.com.mx Fotografía: AIMEE MELO

TCuando Renel llega a su restaurant­e favorito grita “Yow sak pase”, luego alza la mano con el puño cerrado y el pulgar levantado. Camina directo a la estufa, saluda a la cocinera, toma una bebida del refrigerad­or y empieza a platicar, nadie en ese sitio habla otro idioma que no sea el suyo: criolle, ni come ni bebe nada que no sea de su país. La Cocinita Haitiana huele y sabe a patria, pero también en ese lugar, enclavado en el centro de Tijuana, se orquestó parte del éxodo que llegó a Acuña, Coahuila y hoy se dirige a otras fronteras del país.

Renel nació y vivió en Haití, ahí logró su primer doctorado. Consiguió uno más en Brasil, país al que migró hace años, pero una vez que llegó a Tijuana —el 23 de septiembre de 2020— no perdió el tiempo y, por tercera ocasión, se convirtió en doctorante, ahora en la Universida­d Autónoma de Baja California (UABC). Es alto y fuerte, camina con una sonrisa tímida que nunca se borra, su barriga apenas se asoma, “es ligera”, dice él, y se echa a reír.

En julio pasado decidió regresar a su país de origen, habían pasado apenas unos días desde que el presidente Jovenel Moïse, de 53 años, había sido asesinado —el 7 de julio—, y durante su estancia ocurrió el terremoto del 14 de agosto de magnitud 7.2 que dejó más de 2 mil muertos. Aún no sabe si es la desgracia o la suerte la que lo persigue, así dice él, pero siempre ha sido una especie de testigo de primera fila de los momentos históricos de su nación natal.

El 5 de septiembre regresó a Tijuana y se encontró con una sorpresa. La ciudad que lo recibió ya no era la misma. De los alrededor de 3 mil haitianos que vivían en esta frontera, casi todos desapareci­eron de un día a otro. El pastor de una iglesia y su congregaci­ón, el barbero que le cortaba su cabello, familias enteras. Los comensales de La Cocinita Haitiana también se fueron; ahora el dueño y la cocinera no saben qué hacer con el Malta Goya (cerveza) y el lalo que preparan con carne de puerco, res, arroz, todo era parte del menú haitiano.

Hasta agosto pasado el Instituto Nacional de Migración (INM) reportaba que en Baja California fueron entregados 2 mil 949 documentos de residencia legal a personas que llegaron de Haití, algunos de ellos sólo se trataron de trámites de renovación porque en realidad la comunidad de la isla llegó a Tijuana desde 2016, cuando arribaron con la primera caravana. Renel piensa que son más porque hay algunos que nunca quisieron legalizars­e y otros estaban a la espera de recibir sus documentos.

Pero casi todos, dice, hicieron maletas y se fueron rumbo a Ciudad Acuña, Coahuila, para terminar en un gran campamento con más de 14 mil migrantes haitianos bajo un puente del lado estadounid­ense del río Bravo. Además de la comunidad de Tijuana, miles habían llegado directamen­te de la isla La Española —que comparten Haití y República Dominicana—, pero otros eran refugiados de Chile y Brasil, quienes semanas antes habían sido desalojado­s de sus asentamien­tos. Tras el desmantela­miento de los campos en la frontera de Acuña, muchos han empezado a cruzar a Estados Unidos por los desiertos de Sonora y Baja California, ya no por Tijuana, como era tradición, sino por Mexicali.

La salida de Tijuana

“Uno a uno comenzaron a llegar con maletas al restaurant­e, es como el punto de reunión, todos llegamos aquí”, recuerda Renel de cuando comenzaron a irse rumbo a Coahuila, a principios de septiembre. “Llegaban, comían y se iban. Tenían como una junta, se comunicaba­n por grupos de WhatsApp o Facebook, así se enteraban de las rutas”, explica.

En alguna de esas juntas Renel y Anel, una investigad­ora y activista de la población migrante, escucharon que entre las discusione­s había despedidas, historias de los que deportaron a Haití, pero también pláticas sobre el punto más débil de la frontera para poder penetrar en la Unión Americana. Hace casi un mes ese punto era Coahuila, pero con la saturación de solicitude­s de asilo y el cierre de la frontera debido al campamento, ahora la brújula apunta otros rincones en Sonora o Baja California.

“Algunos ya cruzaron”, cuenta Anel, “de otros todavía no se sabe nada… si cruzaron o si los deportaron o si pasó algo más pero como en la frontera en Mexicali no hay muertos ni deportados, por eso hablan con compañeros para cruzar por aquí”.

Los que estaban en Tijuana o en cualquier otro punto, explica Renel, son quienes dejaban todo y se iban de aventón. El dinero que ganaban en las maquilador­as, donde algunos lograron conseguir trabajo, no les permitió otro tipo de comodidade­s más que pagar 250 pesos a algunos conductore­s de autobuses; los refugiados de Chile y Brasil si podían costear sus viajes, venían con más de recursos.

Renel y Anel consideran que hay redes de apoyo que sostienen el éxodo, desde la estructura para comunicars­e a través de las redes sociales hasta el dinero que envían como remeses aquellos que lograron llegar a Estados Unidos. No es tan diferente de lo que hacen otros grupos de migrantes, dice Renel, unos dan el dinero y otros explican la ruta para los que van en tránsito.

“Siempre alguien abre la brecha para el resto de la caravana. En Acuña, por ejemplo, cuando llegaron los primeros les dieron citas más rápido para cruzar”, recuerda Anel de cuando empezaron a hablar sobre irse de Tijuana a Coahuila: “Desde allá reportaban en grupos de redes y así, desde otros países, decidían hacia cuál frontera dirigirse”.

Los guardianes

Renel y Anel, ambos, se han convertido en una especie de custodios de todo lo valioso que las familias dejaron al migrar una vez más. Durante los últimos días han recuperado los vestigios de una vida: llaves de departamen­tos o de coches, maletas, documentos, fotografía­s, cartillas del Seguro Social. Incluso —recuerda Anel—, algunos dejaron libretas en las que escribiero­n sus caracterís­ticas físicas, por si nunca vuelven a saber de ellos.

“Entré al cuarto y empecé a mirar las cosas, iba a recoger unas maletas, pero sobre la mesa había como un tipo diario”, narra, “eran un mundo de cosas, me conmovió mucho”.

En una hoja del cuaderno Jean, un joven haitiano de 29 años, dejó escrito su nombre completo: Jean. 22 de febrero de 1992. Los nombres de su padre y madre. Estados civil, casado.

Mido 1 95. Mis ojos son negros, mi cabello es negro.

La página de esa libreta, con esa informació­n, explica Anel, es porque al irse saben que al intentar cruzar la frontera no hay garantías. Migrar a Estados Unidos desde cualquier punto puede significar una deportació­n hacia México, Guatemala o Haití, pero también es una realidad que pueden desaparece­r en algún desierto o zona agreste en el norte del país. Es el precio del éxodo haitiano.

RENEL Migrante haitiano “Uno a uno comenzaron a llegar con maletas al restaurant­e... Llegaban, comían y se iban. Se comunicaba­n por grupos de WhatsApp”

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Miles de haitianos asentados en Tijuana, algunos con trabajos y documentos en regla, dejaron todo para intentar cruzar a Estados Unidos.
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Renel dice que cuando volvió a Tijuana, tras un tiempo en Haití, se encontró con que su comunidad estaba migrando de nuevo.
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Anel quedó encargada de documentos de identidad que dejaron los migrantes.
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Muchos dejaron algunos de sus papeles, por si no logran cruzar a EU y tienen que volver a Tijuana.
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Muchos comercios de la comunidad haitiana cerraron, como la peluquería a la que iba Renel.

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