El Universal

El desprecio al legado de doña Rosario

- EMILIO RABASA GAMBOA Docente / investigad­or de la UNAM

Fue un privilegio conocerla en marzo de 1982 cuando era director de Gobierno en Segob, encargado de tramitar el registro de los candidatos a la presidenci­a de la República en la elección de ese año.

Acudió con Edgar Sánchez Ramírez y Ricardo Pascoe al salón Ruiz Cortines para firmar el acta y libro de registros (Reforma Política, Gaceta Informativ­a de la CFE, 1982, p. 60). Era doña Rosario Ibarra de Piedra.

Para mí sería doblemente significat­ivo ese evento. Fue la única de los candidatos en acudir personalme­nte al acto del registro, que ante la duda de otorgarlo, yo defendí en Segob. Era la primera elección presidenci­al después de la reforma de 1977, que abría el sistema político a la pluralidad, (minorías incluidas), con el registro de 7 candidatos de 9 partidos, frente a uno en la anterior de López Portillo. Era la prueba de una elección incluyente, ¿por qué habría de dejar fuera al Partido Revolucion­ario de los Trabajador­es (PRT) y a doña Rosario? A la objeción del tinte trotskista repliqué que León Trotsky fue asilado político en México, nada menos que por el gobierno de Lázaro Cárdenas a petición de Diego Rivera, desafiando al totalitari­smo de Stalin. ¿Suficiente­s antecedent­es?

Al llegar a Bucareli me dio un fuerte apretón de manos y agradeció mi apoyo a favor de su registro. Me impresionó la fuerza de su personalid­ad, primera mujer candidata a la Presidenci­a en nuestro país. Seis años después (1988) repitió su candidatur­a con el desenlace por todos conocido: la “caída del sistema” y la protesta de ella, junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Clouthier en Segob.

El populismo autoritari­o es absolutame­nte incapaz de aceptar una derrota.

Mujer de gran tenacidad, aceptó y superó sus derrotas con el mejor homenaje de madre alguna a su hijo desapareci­do en 1974: pelear por los derechos humanos y la búsqueda de los desapareci­dos, fundando el comité ¡Eureka! Alejandro Encinas reseñó con acierto su gesta política/social (El Universal/26 abril/p. 20).

Doña Rosario desplegó una actividad política profundame­nte crítica del régimen autoritari­o de partido hegemónico que le había arrebatado a su hijo, y a favor de la democracia plena. Una democracia donde todas las voces debían (y deben) escucharse por disímbolas que fueran (y sean) y a la oposición de la que ella formó parte distinguid­a, debía (y debe) respetarse.

Por ello la campaña de odio desatada por Morena e instrument­ada por Mario Delgado contra la oposición por votar en contra de la iniciativa de reforma eléctrica, con el calificati­vo de “traidores a la patria”, representa la peor afrenta a la memoria de esa eterna luchadora social y eterna demócrata que fue doña Rosario. Es un desprecio a su legado político: su lucha contra el autoritari­smo excluyente y en favor de la democracia incluyente por la que luchó, ya que con ese odio se revindica al régimen palatino anterior en el que “distintos dignatario­s del palacio..., no son funcionari­os al servicio del Estado sino servidores del rey, encargados de manifestar, dondequier­a que su confianza los haya colocado, aquel poder absoluto de mando que se encarna en el monarca” (Vernant).

Se confirma una vez más, (lo acaba de demostrar Trump denostando a México, al Presidente AMLO y al canciller Ebrard), que el populismo autoritari­o es absolutame­nte incapaz de aceptar una derrota. Por más que se vista de demócrata, autócrata se queda.

Descansa ya doña Rosario, Medalla Belisario Domínguez y candidata al Nobel de la Paz. A pesar de los 95,121 desapareci­dos a noviembre del 2021 (Informe del Comité de la ONU contra la Desaparici­ón Forzada) su lucha sigue viva, no fue en vano. •

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