El Universal

El fideo más gordo de la CDMX

- DIANA FÉITO Twitter / Instagram @DianaFeyto diana@gastrobite­s.com.mx P.D. TENGO HAMBRE _ Diana Féito es periodista gastronómi­ca, apasionada por descubrir historias. Siempre la encontrará­s comiendo algo rico y compartién­dolo en sus redes.

Comenzaré este texto ofreciendo una disculpa. Caí de nuevo en la Roma. Soy enemiga de la centraliza­ción, pero es ahí donde abrieron un local que ofrece humeantes tazones de fideos japoneses (esta vez no es ramen). Y más allá del eterno furor que la Ciudad de México ha adoptado por la comida asiática, le tengo cierto cariño a los fideos. Por esto, me sentí cuasi obligada a visitar la colonia donde alguna vez vivió Tina Modotti y retratar ese fideo grueso y elástico con mis ojos para, luego, desaparece­rlo con la boca.

UDON, NO RAMEN

Antes de entrar de lleno, tengo que contar lo siguiente: a diferencia del ramen, la pasta del udon está hecha con harina de trigo, agua y sal. Su cualidad pegajosa y elástica se debe su alto nivel de gluten; el caldo en el que se sirve, se confeccion­a con alga kombu, katsuobush­i y agua (dashi). Por su parte, el ramen utiliza noodles hechos con harina, aceite de ajonjolí y huevo. El caldo se elabora con pollo, cerdo y/o pasta miso cocinados durante horas.

Viernes, calor, tráfico y la colonia Roma. Abro el menú y pienso en una bebida refrescant­e, pero, de tres cervezas –una nacional y dos japonesas–, solo tienen la más cara. Ni modo. Le doy un sorbo mientras escucho música guapachosa y recibo las recomendac­iones para abrir apetito. Un lúdico “taquito” de sushi de atún y kampachi en el que una hoja de shizo hace las veces de tortilla y se arma en la mesa, pero sus casi $300 pesos de costo me invitan a pedir el sashimi de lubina de a $190.

Delicioso, el pescado reposa con hongos shiitake marinados con soya y jugo de yuzu, el toque de jengibre remata el umami del plato. También hay shishitos asados, callo de hacha glaseado y caracol de mar con salsa de miso chipotle, pero decidí saltarlos e irme directo a los fideos. Fríos o calientes. A pesar de la falta de ventilació­n en el local y los varios estornudos que tuve a causa de la cocción de picante en la cocina abierta, ordené los calientes.

Por recomendac­ión, pedí el udon de almejas: un delicado y reconforta­nte sorbo de dashi natural de pescado aderezado con mantequill­a orgánica irlandesa, cebollín y un toque de pimienta. Le siguió mi favorito, el udon X’ian con tofu frito, que también puede ir con res y cordero. La pasta gruesa y aplanada se adereza con salsa de la casa de morita-jamaica, especias, trozos de cacahuate y cilantro. Más tropicaliz­ado imposible, pero eso sí, bien sabroso.

El apremiante calor, que no supe dónde hacía más, si afuera o adentro, solicitaba otra cerveza. Mientras terminaba el udon, analizaba los cuatro postres del menú: panna cotta con matcha, helado con mantequill­a de ajonjolí, carlota con yuzu y pastel de chocolate. La suerte no estaba de mi lado, mi antojo de panna cotta no fue aplacado, no había. Le di el último sorbo a mi cerveza y pedí la cuenta satisfecha.

“Para curar la resaca el udon de cordero trae consomé y barbacoa deshebrada, serrano, cilantro y cebolla”.

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