El Universal

Una tras otra

- MÓNICA LAVÍN DORAR LA PÍLDORA

Invariable­mente, al abrir el periódico (todavía me gusta leer en físico el papelón), aparece una tras otra la noticia del asesinato de mujeres jóvenes. A veces paso la hoja rápido casi negándome a que los nombres y los retratos y las circunstan­cias de sus muertes me golpeen. Una vida truncada por la enferma voluntad de quien quiere poseer a alguien como si fuera un objeto, como si no tuviera la posibilida­d ella de decidir un camino propio con su vida, incluso de amar a otro. El asesino ha considerad­o que ella o es de él o es de nadie. Una idea aberrante, un mal social que se refleja en los feminicidi­os que no paran, en las protestas que los señalan y en la impotencia de quienes parecemos contemplar un escenario que se va despobland­o de mujeres. Y que es el tema de la novela Premio Xavier Villaurrut­ia (2022) de Cristina Rivera Garza, quien cuenta la dolorosa historia de su hermana: El invencible verano de Liliana. Me pregunto dónde está la raíz de esa desviación psicológic­a o social, una especie de psicopatía avalada como conducta propia de un hombre despechado que se la cobra a su manera borrándola del mapa de la vida.

La mayor parte de las noticias señalan como sospechoso a la pareja sentimenta­l, al exesposo, al hombre con el que salían. ¿Cuál es la educación sentimenta­l de ellos que consideran que ella es propiedad privada, como para que se consigan una pistola o la tengan a mano o se hagan de un matón si tienen los recursos, porque los feminicidi­os no distinguen clase social, y cercenen la vida de quien decían amar? ¿Eso es el amor?

Pienso en la pastora Marcela en el Quijote de La Mancha, escrita por Cervantes hace más de 400 años. Desde un peñasco, Marcela contestó a quienes le fueron a reclamar por la muerte de Crisóstomo, quien se quitó la vida porque ella no le hizo caso, si acaso estaba obligada a amar a quien la amaba. Cervantes escribe de forma elocuente y bella el discurso feminista que se sostiene por los siglos, por los montes, por los mares y llega a los oscuros rincones de los descuartiz­adores del siglo XXI, que consideran a las Marcelas con la obligación de quedarse a su lado, simplement­e porque decían amarlas.

¿En qué sociedad estamos viviendo sin que se procure el remedio? El mal empieza en el aprendizaj­e en las casas, en la comunidad y en las escuelas. Esperaría que en lugar de ocuparse de un “vocabulari­o neoliberal” como consideran propio de su gran

transforma­ción, los responsabl­es de una mejora educativa y social en este gobierno, los libros de texto nuevos y los planes educativos se estén enfocando en el respeto a las decisiones de los otros (incluyendo el derecho a disentir y al diálogo y no a reproducir el autoritari­smo en que estamos viviendo). El sistema educativo debe formar hombres y mujeres que no permitan ni reproduzca­n el maltrato y el abuso. Mientras no haya una transforma­ción de fondo, un sistema de justicia sólo castigará y no habrá prevención cuando las denuncias que anteceden al crimen son desdeñadas. Y ellas habrán despoblado el mapa cotidiano donde todas nos vemos reflejadas porque tenemos hijas, porque tenemos nietas, porque tenemos sobrinas, porque tenemos primas, porque tenemos ahijadas, porque tenemos amigas, porque tenemos alumnas, porque la mitad del mundo somos mujeres con derecho a la vida.

Me pregunto dónde está la raíz de esa desviación psicológic­a o social, una especie de psicopatía avalada como conducta propia de un hombre despechado que se la cobra a su manera borrándola del mapa de la vida.

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