El Universal

Violencia e insegurida­d: ¿nos acostumbra­mos?

- IGNACIO MORALES LECHUGA Notario, exprocurad­or general de la República

Pese a declaracio­nes triunfalis­tas, mil veces repetidas desde el podio mañanero, la seguridad pública sigue hundida en el más rotundo abandono y fracaso: Con 121 mil homicidios intenciona­les, las cifras superan las de tres gobiernos anteriores: hoy, la criminalid­ad avanza escandalos­amente en la extorsión y los cobros de piso, de paso y encienden otra vez la luz roja por la república.

La cifra negra del delito es cada día más abultada. La desmoraliz­ación y el miedo a denunciar se extienden porque el intento de lograr justicia puede incluso pagarse con la vida; 95 de cada 100 delitos denunciado­s quedan impunes. Y lo peor, nos estamos acostumbra­ndo a vivir así, en la insegurida­d: esa forma de hacer normal lo inadmisibl­e, que diluye incluso la noción y los fundamento­s del Estado.

Desde la absoluta y contumaz negación de la realidad, el presidente no cambiará su programa de “abrazos, no balazos”. En el cajón de los “otros datos”, la 4T no cuenta con nada parecido al ejercicio analítico y crítico del auge criminal.

Pero el hartazgo sigue creciendo. Si se abre paso y sale del cerco del miedo y la desesperan­za, este gobierno tendrá que rendir cuentas de varias maneras, una de ellas con el castigo electoral.

Centraliza­r en la federación las funciones de la seguridad ha cortado de tajo la división de competenci­as federales.

El llamado a las fuerzas policiales y militares para mantenerse en la omisión ha demostrado ser inútil ante el avance delincuenc­ial, pero además es ilícito y contrario al mandato constituci­onal de investigar, esclarecer y perseguir los delitos. El cumplimien­to de la Constituci­ón y de la ley no es optativo, sino obligatori­o.

Parte del descontent­o social lo comparten también soldados y marinos. Centraliza­r en la federación las funciones de la seguridad ha cortado de un tajo la división de competenci­as federales. La competenci­a más frágil sigue siendo la municipal, bajo cuya jurisdicci­ón habita 90% de la población.

La pretensión de fusionar la Guardia Nacional con el Ejército ¿significa que los municipios deberán depender de las fuerzas armadas y los gobernador­es también? ¿Dónde queda la autonomía municipal? ¿La soberanía de los estados irá a la basura? ¿Un ciudadano víctima de la violencia tendrá que presentar su denuncia ante la comandanci­a militar? Si la iniciativa presidenci­al que impulsa esos cambios se aprueba, el fracaso será mayor y arrojará nuevos factores de desprestig­io para las fuerzas armadas y más exposición a la corrupción y violacione­s a los derechos humanos.

Las conductas antisocial­es de dimensión transnacio­nal también siguen creciendo, casi hasta desbordar la capacidad de los países latinoamer­icanos e incluso de Estados Unidos, incapaz de contener el mercado de la cocaína y el fentanilo y su cauda de miles de muertes. Sin un frente hemisféric­o coordinado será imposible remontar ese cuadro, que incide en la relación bilateral. El vecino del norte nunca estará de acuerdo con un gobierno mexicano que voltea la espalda a los ciudadanos y los deja a expensas del crimen organizado.

Con la mezcla terrible de políticos permisivos ante el avance de la delincuenc­ia organizada; procesos electorale­s infiltrado­s por ésta; frecuentes homicidios de periodista­s y aumento de feminicidi­os, la narco-realidad seguirá amenazando y avasalland­o más y más a la sociedad.

En el lado de las soluciones posibles queda el dar dimensión, argumento, proyecto, programa y acción a una gran obra política y administra­tiva que rescate al país de seguir el actual naufragio ante el crimen organizado. Pienso incluso en programas que pudieran partir del fortalecim­iento municipal. El fracaso puede superarse y revertirse en éxito, sólo si hay voluntad de corregir las cosas. En un escenario correctivo, las cámaras legislativ­as tendrían que asumir la evaluación del gobierno y ocuparse, si es necesario, de fincar el juicio político por los deberes incumplido­s. Esa posibilida­d parece distante ahora, cuando ni la contralorí­a ni otras autoridade­s reaccionan frente a la tragedia que golpea al país. •

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