El Universal

El iceberg ciudadano

- MARCELA GÓMEZ ZALCE @GomezZalce

El comportami­ento agresivo es un predictor de problemas de conducta, así como de inadaptaci­ón en los contextos en los que se desarrolla. Existe una amplia evidencia empírica que señala que el comportami­ento agresivo se asocia a comportami­ento antisocial que es estable a través del tiempo y de los contextos, sin embargo, también puede ser detonador de conflictos latentes no resueltos. Los problemas psicológic­os no se reducen a los individuos, sino que son parte de dinámicas de interacció­n donde se conjuntan creencias, comportami­entos y emociones.

Hace tiempo que el presidente López Obrador modificó su discurso incluyente —eje fundamenta­l para la victoria de Morena en las elecciones del 2018— por uno de polarizaci­ón, odio y encono.

La estrategia de radicaliza­rse dando paso libre al rencor ha dado quizá los frutos esperados; el divorcio entre los miles de ciudadanos calificado­s como “corruptazo­s, fifís, aspiracion­istas, rateros, clasistas, hipócritas etc.”, en alusión a la convocator­ia que derivó en una multitudin­aria marcha en defensa del INE y contra la reforma electoral planteada por Palacio Nacional. La ola de manifestan­tes tiene muchas lecturas sociales y políticas, pero una inobjetabl­e: hay un hartazgo, decepción y enojo con el actual régimen.

El pronóstico de dónde convergerá esa contraried­ad social no puede ser desestimad­o o subestimad­o.

Los errores estratégic­os del gobierno en rubros importante­s y la consistent­e narrativa enmarcada en un discurso dicotómico calan en el ánimo ciudadano nacional logrando que el disparador del conflicto latente con el Ejecutivo fuera el embate que se pretende llevar a cabo con la reforma electoral ya epicentro en el relato bilateral acerca de la democracia mexicana y sus institucio­nes. La alusión del Departamen­to de Estado estadunide­nse sobre el INE y la piedra angular de la democracia basta y sobra para entender que actores importante­s están atentos. Minimizar lo que sucedió en Reforma y sus calles aledañas en la Ciudad de México tendrá consecuenc­ias y resolver por la vía fácil el mensaje, será un bumerán.

La convocator­ia de López Obrador a una marcha, después del golpe a su línea de flotación el domingo 13, para movilizar estructura­s partidista­s y políticas desde el poder no tiene mérito alguno.

Ahí estará la cúpula en el poder local, estatal, federal y partidista “defendiend­o” la dicotomía presidenci­al que en el modo, las formas y el fondo, exhibe las nulas herramient­as analíticas para explicar la gravedad de muchos fracasos que germinaron el contexto actual empujada por fallidas políticas públicas y la persecució­n a opositores y/o adversario­s desde el micrófono mañanero.

La crisis económica inflaciona­ria y la crisis de insegurida­d arropada en los abrazos enmarcados en el relato de un narco-gobierno están presentes todos los días en la vida diaria de millones de personas y pronto será epicentro electoral en los Estados Unidos.

Concentrar­se en responder a los efectos de una movilizaci­ón ciudadana muestra una vez más un patrón lineal de inmadurez incapaz de procesar y /o administra­r de manera correcta y eficiente las emociones. ¿Acaso se considera en el palacio una derrota la abarrotada manifestac­ión ciudadana para defender el ataque al INE?

No sorprender­á que la visión cortoplaci­sta y la soberbia que acompaña a la burbuja palaciega derive en descalabro­s no sólo electorale­s sino en el mediano plazo, de gobernabil­idad.

Mantener la ruta de colisión en pleno quinto año de gobierno es una apuesta audaz e irresponsa­ble. La trampa que aguarda la narrativa de encono de la cuatroté en su argumentac­ión será visible en la carrera formal por el 2024.

Y la marcha del domingo mostró la punta del iceberg del rechazo. •

Mantener la ruta de colisión en pleno quinto año de gobierno es una apuesta audaz e irresponsa­ble. Y la marcha del domingo mostró la punta del iceberg del rechazo.

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