Ucrania, la OTAN y misiles sobre Polonia: las lecciones
No sucedió, afortunadamente. Pero si algo quedó claro esta semana, es que no es imposible que la guerra en Ucrania escale. Es natural: en la medida en que esta guerra se siga prolongando, y en la medida en que cada parte se atrinchera en sus posiciones, las posibilidades de negociación disminuyen, se permite crecer a una espiral de violencia que sólo asciende y se alimenta una dinámica que se sale de las manos de todos.
Como sabemos, en septiembre, sobrevinieron dos ofensivas ucranianas que arrebataron a Moscú el control del noreste de Ucrania y le presionaron fuertemente en el sur, en Kherson. Ante la imposibilidad de conservar ese sitio militar y políticamente valioso, Moscú lo cedió en favor de una nueva estrategia mayor: intentar ya no perder más territorio, resistir el invierno, y bombardear masivamente a las ciudades ucranianas y su infraestructura civil para golpear su moral y capacidad de resistencia y así, finalmente orillar a Kiev a negociar bajo términos aceptables para Putin. Pero por ahora, cada parte considera que es posible extraer más de la otra mediante las hostilidades. Estas circunstancias alimentan la espiral ascendente de violencia.
El martes vimos una muestra de ello: un bombardeo masivo de Rusia contra ciudades e infraestructura civil ucraniana. De pronto, un funcionario de inteligencia estadounidense dijo que misiles rusos habrían caído en territorio polaco matando a dos personas. Dado que un ataque contra un miembro de la OTAN podría interpretarse como un ataque a todos, los protocolos fueron inmediatamente activados. Y claro, el pánico cundió. Al final, las autoridades de Polonia dijeron que, si bien el misil que cayó era de “fabricación rusa”, el origen no era Rusia, sino probablemente el escudo defensivo ucraniano. La crisis se desactivó.
En este punto, sólo como supuesto, propongo imaginar que efectivamente se hubiese tratado de misiles rusos que cruzaron la frontera polaca. Bajo ese supuesto, la OTAN habría tenido que definir velozmente si se habría tratado de un mero accidente o bien, un ataque intencional.
La OTAN habría tenido que responder ante el hecho, buscando, probablemente, un equilibrio, entre enviar un poderoso mensaje a Putin sin, al mismo tiempo, escalar las hostilidades hacia una situación incontrolable. Dependiendo de todo ello, el rango de respuestas podría correr entre (1) un incremento de sanciones y aislamiento diplomático contra Rusia, (2) la decisión de, ahora sí, decretar una zona de exclusión aérea sobre el cielo ucraniano, (3) un ataque de represalia por parte de la OTAN, convencional y limitado, contra tropas rusas en Ucrania, (4) un ataque de represalia de la OTAN, probablemente también limitado, pero en contra de territorio ruso, y/o, (5) la decisión de enviar tropas de la OTAN a territorio ucraniano.
Todos esos escenarios conllevan escalamiento en distintos grados. Probablemente se optaría por las respuestas que provocaran el menor escalamiento posible. Pero es indispensable considerar que dentro de la OTAN existen muy diversas posturas y un entorno como el que describo, podría obligar, incluso a alguien con posturas más suaves, a responder con medidas de fuerza, que, a su vez, podrían recibir contrarrespuestas por parte de Moscú, activando justamente la dinámica que se busca evitar.
La conclusión obvia, y no simple de procesar, por supuesto, es que no se debe permitir que esta guerra se prolongue y crezca bajo su vida y dinámica propias. Se necesita intervenir. Ya se ha intentado y se ha fracasado. Sin embargo, la conclusión de que no vale la pena seguirlo intentando, es insuficiente. Lo de Polonia, el martes, fue una advertencia que se tiene que escuchar. •
La conclusión obvia (...) es que no se debe permitir que esta guerra se prolongue.