El Universal

Mirar el cielo

- DORAR LA PÍLDORA MÓNICA LAVÍN

Los cielos claros recientes han permitido mirar la noche y descubrir a Júpiter en lo alto. No titila, es grande, tiene un tono naranja. Hay aplicacion­es que permiten que tu ojo inexperto se adiestre porque cuando apuntas al cielo no sólo ves lo que tus ojos detectaron si no lo invisible. La bóveda celeste del hemisferio norte y del sur —si apuntas al piso— con sus constelaci­ones. Da la impresión de estar sumido en la imaginació­n delirante de algún artista. Me pregunto por qué la fascinació­n por esos referentes que identifica­mos: El cinturón de Orión, la Osa mayor. Si los dibujos de las estrellas apasionaro­n y guiaron conjeturas y destinos nombradas en un mapa imaginario, aunque la luz estelar sea real, los planetas son nuestras agarradera­s más estables. Orbitamos con ellos alrededor del Sol. Mirar al cielo dimensiona lo relativo de nuestra existencia en un universo insondable y coloca también las cosas en perspectiv­a. Se puede sacar la cabeza de la inmediatez para que el júbilo de una marcha que hizo de la avenida Reforma un río de voluntad ciudadana no se ahogue con las denostacio­nes del gobernante que cada vez se parece más al personaje de “El traje nuevo del emperador”, y para que nuestra conversaci­ón pueda orbitar lejos de las querellas de la revancha oficial en el reducido firmamento de la plancha del Zócalo.

Hay que mirar al cielo. Ahí está Júpiter 1321veces más grande que la Tierra. Y se dice fácil. El quinto planeta del sistema que desde el siglo XVII concedió al Sol su papel de ombligo. A veces es necesario aceptar dónde está el centro. Y el centro me lo recuerda Júpiter con su rotación vertiginos­a en 10 horas. El centro somos nosotros con nuestro tiempo acotado, con el aprecio que tenemos por la experienci­a de vida, por nuestro derecho a opinar y soñar, a disentir y buscar y a ser respetados, a tener nuestro espacio y nuestra voz en un país diverso, en un planeta diverso y convulso. Ahí está Júpiter como dios Zeus recordándo­nos que podemos especular sobre el papel de los astros en nuestras conductas pero que hay caracterís­ticas inapelable­s de las cuales cada vez se sabe más. Ver a simple vista desde un patio, una calle, una azotea la magnitud del universo al que pertenecem­os nos vuelca los asombros hacia verdades incuestion­ables. La certeza de qué Júpiter y sus cuatro lunas estarán ahí por los siglos de los siglos —hasta que el universo tal vez involucion­e— nos apacigua frente al derroche del capricho humano “poseedor” de verdades y poderes sobre los ciudadanos que queremos ser respetados en nuestras diferencia­s, en nuestras opiniones y en la autonomía de nuestras institucio­nes.

Sería bueno que nuestras miradas converjan de cuando en cuando en el asombro por la bóveda celeste. Nos daría la posibilida­d de una conversaci­ón dialogante sobre el país que queremos y que es de todos. •

Mirar al cielo dimensiona lo relativo de nuestra existencia en un universo insondable y coloca también las cosas en perspectiv­a.

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