La maldición monárquica
• FRANCISCO VALDÉS
La diferencia histórica fundamental entre la tiranía y la democracia es que en la primera el poder se hace monárquico, mientras que en la segunda es necesariamente poliárquico. López Obrador y Morena ya optaron por la primera.
La mayoría legislativa y su verdadero legislador, el Ejecutivo, han convertido una práctica anómala en un vicio cotidiano: legislar transgrediendo la Constitución. En el caso de la iniciativa político-electoral y del plan B limitado a la legislación se pretende desaparecer las facultades de la autoridad electoral para ser independiente. La falsa identificación del Presidente con “el pueblo” pretende ser la justificación del latrocinio: lo que diga el rey es la voluntad del pueblo.
No hay mucha diferencia entre lo que hicieron los reyes cuando fundaron el Estado nación en el siglo XVII y lo que quieren hacer los populistas de hoy: unificar la voluntad de los súbditos a la del monarca, en el caso de aquellos, o del mandamás, en nuestro caso.
Al igual que la fallida iniciativa constitucional, la reforma legislativa tiene un solo y firme propósito: convertir a Morena en el partido dominante más allá de este sexenio a través del control gubernamental de las elecciones. Lo que se sabe del proyecto legislativo revela que con la ley violarán la Constitución y procederán a tomar decisiones produciendo hechos consumados que habrán de llegar a los tribunales como juicios de (in)constitucionalidad. Esperan que, cuando esto ocurra y la Suprema Corte falle sobre la disputa, la democracia estará suficientemente aplastada y la voluntad del mandamás se habrá impuesto sobre la de los ciudadanos. Entonces, el conflicto político será de pronóstico reservado. •