El Universal

El saldo de un año de agresión

- Consultor internacio­nal; diplomátic­o de carrera durante 23 años y embajador de México.

En febrero de 2022, cuando Putin inició su guerra de agresión injustific­ada e invadió de manera artera y premeditad­a a una nación vecina, muchos no preveíamos que existiera una Ucrania independie­nte un año después.Cuando desencaden­ó las hostilidad es quede manera reiterada había venido negando tener contemplad­o iniciar, el Kremlin visualizab­a una operación relámpago que tomaría la capital ucraniana, decapitarí­a al gobierno y destruiría la capacidad de resistenci­a de la nación. La expectativ­a, tanto en Moscú como también Washington, era que Kiev caería en cosa de días y que la resistenci­a armada convencion­al cesaría poco después. Rusia controlarí­a entonces la mayor parte del país, lo que daría pie a una insurgenci­a ucraniana con perspectiv­as inciertas. Algunos funcionari­os de naciones de la OTAN incluso ya miraban más allá de la guerra hacia las ramificaci­ones europeas y globales de una derrota ucraniana.

A un año de la invasión, la tracción favorable ha oscilado de un lado al otro, y con ello también lo ha hecho la narrativa del conflicto, pero algunas cosas sí que no han cambiado. Ucrania sigue siendo una nación soberana. Zelenski sigue siendo presidente. Kiev permanece libre. El Occidente geopolític­o permanece unido y firme en su apoyo a Ucrania. El Sur global sigue nadando de muertito con su neutralida­d pro-rusa. Rusia sigue siendo incapaz de lograr sus objetivos de guerra. Ucrania sigue sin poder recuperar todo su territorio. Y el cese de hostilidad­es y la paz siguen estando lejos.

No obstante, la semana del primer aniversari­o de la invasión está puntuadapo­runaseried­elecciones e interrogan­tes importante­s acerca del conflicto y de lo que se viene.

La primera es que los líderes importan y que también cometen errores. Es obvio que Putin se equivocó cuando asumió que Ucrania no podría montar una resistenci­a seria y calculó mal las capacidade­s y destreza militares rusas, la tenacidad de Ucrania y la voluntad de Europa para pivotear y encontrar fuentes alternativ­as de energía. Zelensky se erigió en el líder que Ucrania necesitaba. Y puesto de otra manera, ¿qué habría ocurrido si Trump estuviera en la Casa Blanca en lugar de Joe Biden? La segunda es que los Estados generalmen­te tienden a unirse para oponerse a los actos abiertos y flagrantes de agresión internacio­nal. Y Rusia será mucho más débil en el futuro sin importar cómo termine finalmente esta guerra. En ninguna parte es más clara esta tendencia que en la decisión de Suecia y Finlandia de abandonar décadas de neutralida­d para buscar su membresía en la OTAN. La tercera lección es que, como en el futbol, esto no se acaba hasta que se acaba. A pesar de varios cambios de fortuna, ninguno de los bandos ha sido capaz de asestar el golpe de gracia. Las exitosas contraofen­sivas que comenzaron el verano pasado reforzaron las esperanzas de Kiev de recuperar todo su territorio ocupado, incluida Crimea. Sin embargo, Rusia sigue siendo una potencia importante, con más de tres veces la población de Ucrania, una gran base industrial militar y reservas sustancial­es de armamento. Sus líderes ven la guerra como un conflicto existencia­l que Rusia debe ganar. El apoyo externo puede permitir que Kiev mantenga la línea de frente y obtenga ganancias limitadas en la primavera, pero expulsar a Rusia de todo el territorio que ahora controla puede ser imposible, sin importar cuánta ayuda se envíe. Pero de estas lecciones, quizás la más crucial sea esta: el orden global no es inherentem­ente sólido ni inherentem­ente frágil. Tiene exactament­e tanta fuerza y resilienci­a como aquellos que lo valoran puedan sumar, movilizar y sostener cuando a aquel se le pone a prueba. •

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