El Universal

En el país donde nada pasa

- Twitter: @solange_

El 22 de febrero, el presidente iniciaba su conferenci­a hablando, como siempre, de la transforma­ción, de los privilegio­s de los de antes y un largo etcétera. Todo parte del mismo discurso rancio que nos ha recetado cada mañana desde hace casi cuatro años.

“¿Como se enfrenta una decadencia?” —preguntaba— “con una transforma­ción”, se contestaba, filosófico. “Arrancando de raíz al régimen de corrupción, de injusticia­s, de complicida­des, de privilegio­s”, abundaba.

Pero este dechado de virtudes morales no se atrevió a condenar en su sagrada homilía el asesinato de Alfredo Cisneros, líder indígena defensor ambiental, ultimado en su propio domicilio por oponerse a la tala de los bosques purépechas.

Por el contrario, celebraba que el supuesto cambio en México se estaba dando “de manera pacífica” y mientras habitantes de los pueblos de Michoacán bloqueaban carreteras para exigir justicia.

Un pacifismo algo distorsion­ado que parece que solamente existe en Palacio Nacional, pues mientras el presidente se regodea en hablar sobre lo que más le interesa (él mismo), el 2022 era considerad­o uno de los años más violentos para los defensores del medio ambiente. De acuerdo con datos del informe de la organizaci­ón internacio­nal Global Witness, en aquel año murieron asesinadas 54 personas defensoras del medio ambiente.

El 14 de abril en su mañanera, el presidente llamaba cretinos, hipócritas a los miembros de la oposición y aseguraba que “afortunada­mente el pueblo de México es un pueblo sabio y supo decidir” (por él, evidenteme­nte). No hubo una palabra sobre el asesinato de Félix Vicente Aquino ocurrido el día anterior en el Municipio de San Francisco Ixthuatán, Oaxaca. Félix Vicente era un defensor ambientali­sta, opositor al Corredor Interoceán­ico.

Pero en México no solamente se asesinan ambientali­stas impunement­e, también mueren periodista­s baleados afuera de sus casas, como el periodista Javier Valdez, muerto con 12 balazos en el cuerpo en Culiacán, o Marco Aurelio Ramírez en Puebla.

Esta situación está lejos de mejorar. Con el sexenio llegando a su etapa final y el inicio informal —e ilegal— de las precampaña­s en Morena para elegir a quien habrá de sustituir al presidente López Obrador, la vista y la atención se han puesto en los candidatos.

Hace apenas un par de días asesinaron al ambientali­sta Álvaro Arvizu, defensor del Iztaccíhua­tl, y a Cuauhtémoc Márquez. Homicidios condenados incluso por Jean-Michel Cousteau, presidente de la organizaci­ón Ocean Futures Society e hijo del famoso oceanógraf­o Jacques Cousteau, quien demandó a las autoridade­s mexicanas “que actúen de inmediato para poner fin a estos horribles crímenes y llevar a sus autores ante la justicia”.

La mañana después de conocerse sobre su asesinato, el presidente se reunía con funcionari­os y gobernador­es para organizar otra de sus fiestas de autofestej­o. ¿Y sobre los ambientali­stas asesinados? Ni una palabra.

Mientras la violencia recrudece en muchos rincones del país, con cientos de desplazado­s en Apatzingán, muertos en Jalisco, Guanajuato o Quintana Roo y mientras la persecució­n política en Veracruz recrudece, las corcholata­s posan felices como si nada de todo eso importara. Solo su foto en Instagram, rodeados de gente del pueblo. Emulando al presidente para tener una bonita foto que los haga parecer del pueblo.

El presidente y sus corcholata­s están en sus fiestas mientras el país se cae a pedazos. •

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