Elecciones y violencia, la peor combinación
• América Latina se adentra en un año electoral crucial con seis elecciones presidenciales y dos regionales, en medio de la crisis de inseguridad que corroe los cimientos de las frágiles democracias. La región encabeza el ranking de homicidios con ocho de los 10 países más violentos del mundo. El principal generador de esta violencia es el crimen organizado transnacional que ha extendido sus tentáculos a lo largo y ancho de la región con economías ilegales transfronterizas cada vez más diversificadas desde la minería ilegal hasta el narco y la trata de personas.
Pocos fenómenos tan nocivos para la democracia como la violencia criminal organizada y crónica en tiempos electorales. Inhibe la participación política, acosa a los electores, limita la libertad de expresión, impone a unos candidatos y aniquila a otros, controla y extorsiona a autoridades electas, impide el control territorial del estado y genera un clamor ciudadano en favor de políticas de mano dura similares. El triunfo arrollador que le permitió a Bukele reelegirse a pesar de la prohibición constitucional, se explica porque logró reducir los homicidios con medidas de represión policiaca, estados de excepción, arresto indiscriminado y encarcelamiento masivo contra las maras. El modelo de Bukele tiene cada día más adeptos en la región, incluso en países como Chile, Costa Rica, Panamá y Uruguay, donde el aprecio por la democracia es más elevado y muchos ciudadanos están dispuestos a dar un cheque en blanco a las fuerzas de seguridad. Las campañas electorales latinoamericanas giran en torno a la falsa dicotomía entre la mano dura para reprimir a la delincuencia o la mano blanda para pactar. Ambas salidas son falsas en tanto sacrifican el Estado de derecho, los derechos humanos y la democracia.