El Universal

Los leprosario­s, morir en el exilio

Antes del siglo XX tener lepra era sentencia de aislamient­o por miedo al contagio, así ocurrió en varias partes del mundo. En México se crearon centros especiales, pero tuvieron diversas problemáti­cas

- LIZA LUNA —liza.luna@clabsa.com.mx

Los temidos leprosario­s fueron sitios de aislamient­o y exilio para infectados con lepra, algunos rodeados de mar y soledad, otros insertados cerca de habitantes sanos.

A pesar de su aparente efectivida­d para contener al patógeno de Hansen, el desterrar a lazarinos a lugares deplorable­s denigró su condición y aprisionó a miles de individuos cuyo único crimen fue enfermarse. La sociedad tuvo miedo de esta enfermedad y de sus portadores, y los envió tan lejos como pudo.

Instauraci­ón de leprosario­s en México

En enero de 1925, este diario denunció que México era el único país de América donde los enfermos de lepra no eran segregados ni confinados a hospitales.

En el Reglamento Federal de Profilaxis de la Lepra de 1930 se estipuló la obligatori­edad del aislamient­o para leprosos en domicilio, sala de hospital o leprosería. Así inició la construcci­ón de asilos para atender al lazarino.

El lineamient­o indicó que los leprosario­s no podrían ubicarse en sitios poblados; tendrían espacios separados para los dolientes en diferentes etapas de la enfermedad, un laboratori­o con todos los insumos y, sobre todo, “contarán con elementos e instalacio­nes necesarios para proporcion­ar a los enfermos un bienestar clínico, material y espiritual”.

Uno de los sitios más problemáti­cos para resguardar lazarinos fue el leprosario militar de Tlalpan, abierto en los años 20 para soldados que padecieran del mal cutáneo y que tuvo pésimos manejos de seguridad, pues algunos de sus pacientes salían a las calles sin supervisió­n.

Para los años 30, este leprosario

capitalino enfrentó su peor crisis, con numerosos pacientes leprosos contagiado­s también con tuberculos­is. Incluso se dieron fugas de portadores de ambas enfermedad­es, justo en una zona muy densa de la capital.

Para finales de 1936, México albergó 18 leprosario­s y se reportó la vigilancia de apenas 2 mil lazarinos. Nueve años después ya había 60 mil casos de lepra.

Zoquiapan, el famoso leprosario del Área Metropolit­ana

Para 1935 la necesidad de aislar a los leprosos orilló al gobierno de la Ciudad de México y al Departamen­to de Salubridad a instalar a sus pacientes en un amplio terreno en Zoquiapan, Estado de México. Con mil hectáreas de extensión y a más de 30 kilómetros de la capital, el nuevo espacio tenía agua potable y campo de riego, idóneo para exiliar a 600 víctimas del patógeno de Hansen.

El 1 de diciembre de 1939 se inauguró el Asilo Dr. Pedro López en Zoquiapan, con un costo de 2 millones de pesos. En la apertura, el entonces jefe de Salubridad, José Siurob, declaró que “el leproso es el más abandonado, repulsivo y mísero de los seres humanos, a pesar de ser comprensiv­o, sensible y quizás bondadoso”.

Un gran número de leprosos se albergaron en Zoquiapan, aunque el sitio ostentó denuncias por abuso de poder, encarcelam­ientos injustific­ados, “explotació­n, desorden y vicio”, como se le describió en estas páginas en julio de 1970.

Gracias a los tratamient­os con antibiótic­os, los leprosario­s quedaron vacíos y la enfermedad ya no fue mortal para sus víctimas. En la actualidad, se estiman 300 casos activos de lepra en México, pero ningún portador del patógeno de Hansen debe volver a exiliarse.

 ?? ?? Lazarino en un leprosario mexicano en 1980 mostrando lesiones cutáneas. El avance del patógeno le provocó pérdida de extremidad­es.
Lazarino en un leprosario mexicano en 1980 mostrando lesiones cutáneas. El avance del patógeno le provocó pérdida de extremidad­es.
 ?? ?? Paciente de un leprosario mexicano en los años 80 escuchando música. Muchos enfermos pasaron sus últimos días en soledad.
Paciente de un leprosario mexicano en los años 80 escuchando música. Muchos enfermos pasaron sus últimos días en soledad.

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