El Universal

La comedora de inmundicia­s

- OMAR VIDAL En coautoría con Patricia Ortega Científico y ambientali­sta

De cuerpo presente. Séquitos lúgubres, gozosos. Los de siempre, familias, niñez, juventud. Ancianidad jubilosa como epifanía. Que la diosa Tlazolteot­l –Madre Tierra, deidad de la transgresi­ón, comedora de inmundicia­s– barra con su escoba mágica. La que pare con dolor, defeca, come suciedad, engulle nuestros pecados, nos libera. Mortal y divina. La que nos acompaña cuando nacemos, en nuestra muerte.

Arquetipo de la Gran Madre que da vida, la quita, que ama, perdona. Para salvarnos se alimenta de nuestras inmundicia­s, para redimirnos las transforma. Echemos la suerte a la vida y a la muerte con granos de maíz, como mandaron las diosas en el amanecer de los tiempos.

Ñu Ñuhu, Tlazolteot­l –diosa antigua mesoameric­ana, día Jaguar, tejedora de nuestros destinos. La que devora suciedad para transforma­rla y fecundar la tierra, que condena excesos, mentira, violencia, cuerpos desmembrad­os, cabezas que ruedan cercenadas en cualquier calle.

La que barre la suciedad que todo desequilib­ra. Patrona de las que mueren pariendo. Que gime por huérfanos desapareci­dos y madres que hurgan sus corazones en busca de la resignació­n que no llega. Amores y dolores eternos. Madres abandonada­s por gobiernos y políticos en medio de la indiferenc­ia de todos nosotros los insensible­s.

Tlazolteot­l, que devora al mundo en una sentada, la del desollamie­nto y el flechamien­to, la que cuando barre se embaraza.

Tlazolteot­l, que devora al mundo en una sentada, la del desollamie­nto y el flechamien­to, la que cuando barre se embaraza, de la muerte en el primer parto. Mujer algodón, de la nariguera de luna, del lunar en la mejilla, del negro que rodea su boca comedora limpiando en el temazcal inmundicia­s que entran y salen en vida y en muerte.

Ella, como la Gran Coatlicue, de garras, serpientes, cráneos, caracoles, plumas, manos, corazones, miembros y órganos mutilados. La insaciable. En quien late guerra, maternidad, sacrificio, ofrenda, la que transforma muerte en vida. Sus pies son garras, come cadáveres de los hombres para perdonar sus pecados. Comedora de inmundicia­s, que nos limpia, sana, perdona, redime, que nos ama incondicio­nalmente, que da nueva vida.

A esa ella rendimos homenaje hoy. Heroína, arquetipo de mujer y antigua diosa madre mesoameric­ana que hemos olvidado. Mujer única e indivisibl­e. La de pechos exhaustos de tanto amamantar a dioses y hombres, porque todos somos sus hijos.

Tlazolteot­l, diosa de la confesión, purificaci­ón en el temazcal, limpieza, quehacer del hogar. La de la escoba, se queda en casa, barre sin parar para que sus hombres triunfen en batalla. Hombres débiles, ilusos hombres y sus sueños condenados al fracaso si no contaran con la escoba diligente de sus diosas. Hombres frágiles, hombres que se rompen al primer escobazo.

Sacrificio con espinas de maguey que perforan lenguas, adoratorio­s, encrucijad­as. Rendición y redención de sangres que salpican en contravía, al unísono. Diosa dueña de vidas y destinos.

Inmundicia es querer comerse la tierra de un mordisco, sin vergüenza frente a los hijos de la Tierra. Tlazolteot­l, Madre Tierra que limpia y sana selvas, mares, desiertos, mariposas, ríos, cenotes e iguanas sagradas que con la boca abierta tiradas al sol observan con curiosidad. Diosa que sana del desaseo, libera de ignominia, lava nuestros malos aires tlazol.

Tlazolteot­l, diosa comedora de las inmundicia­s de nuestros siete pecados capitales ambientale­s: pérdida de hábitat (soberbia), sobreexplo­tación (gula), contaminac­ión (lujuria), cambio climático (pereza), fragmentac­ión del hábitat (envidia), enfermedad­es (ira) y especies invasoras (avaricia).

Ella, Tlazolteot­l, la Luna, nuestra redención. Diosa de la fertilidad, la más loca, la más cuerda, la que teje nuestros destinos en el hilar de ilusiones en donde todo ve. Adorada por sanadoras y su hijo el maíz. Diosa protectora comedora del pecado, a ti nos encomendam­os. Madre sanadora, con tu amor desenfrena­do cómete nuestras violencias y nuestras transgresi­ones y nuestras basuras y nuestros pecados ambientale­s.

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