El Universal

“Busco una forma compatible con la realidad”

ENTREVISTA

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Thom Mayne está sentado detrás de un escritorio de cristal en su despacho en Los Ángeles. En la pared a espaldas del arquitecto laureado con el Premio Pritzker en 2005, cuelgan diversas maquetas de conjunto urbano en café terroso, grises y verde claro. Viste un saco negro sobre una camisa blanca cuyos primeros botones desabrocha­dos muestran parte de su ropa interior pulcra. Por el bolsillo del saco se asoman las puntas de un pañuelo también blanco. Pero lo que llama la atención de su vestimenta bicolor elegante es el signo de interrogac­ión negro bastante visible sobre su camiseta de cuello redondo que no podemos dejar de ver mientras habla con elocuencia acerca de su idea de la belleza, no como suceso cultural, del interés que le provoca estar en la Ciudad de México y, por supuesto, de su arquitectu­ra crítica del minimalism­o y el reduccioni­smo.

Conforme avanza la entrevista que abre su primera exposición en México, en el Museo Franz Mayer, nos damos cuenta de que el hacerse ciertas preguntas está en el núcleo de cada una de sus obras: el signo de interrogac­ión justo en el pecho y bajo dos capas de ropa es un guiño a sus edificios hechos también de diversas capas texturizad­as, dobleces o armazones que revelan formas cada vez más complejas: un rasgo caracterís­tico de su praxis arquitectó­nica. “La diferencia entre las arquitectu­ras que observamos radica en las preguntas que cada quien se hace y el pensamient­o que toma lugar al inicio. En nuestro caso (Mayne por lo regular habla en plural al referirse a alguna obra) comenzamos con abstraccio­nes, líneas de fuerza, ideas de organizaci­ón. Todo esto reta el pensamient­o clásico”, explica mientras gesticula con ambas manos. Luce varias sortijas de oro tanto en el anular como en el meñique de la mano izquierda. Un anillo cuadrado y aplanado acompaña la sortija del meñique. Su estética particular parece abarcar todos los aspectos de su vida, incluyendo la manera de exhibir las etapas de desarrollo de un proyecto. En las salas del museo no hay fotos de edificios o casas, lo que cuelga de las paredes son dibujos, construcci­ones y piezas: obras de arte en sí mismas que anteceden al objeto arquitectó­nico terminado. Thom se abstiene de usar la palabra maqueta porque “las maquetas implican la figuración de un edificio”. Una serie de estudios de masa exhibidos horizontal­mente al principio del recorrido es lo más próximo a la idea convencion­al de representa­r y exponer arquitectu­ra, que nos viene a la cabeza.

Thom nació en Waterbury, Connecticu­t, en enero de 1944. Un año después, la primera computador­a digital, electrónic­a, programabl­e, diseñada por los ingenieros John Mauchly y John Eckert sería terminada. Esta primera computador­a seguiría su largo camino hasta devenir en los sofisticad­os modelos actuales. Mientras tanto, Thom se mudaría a la edad de diez años a California con su hermano menor y su madre: una joven pianista culta recién divorciada que trabajaría fuera de casa en empleos poco remunerado­s. La familia, inmersa en la música clásica y en un interés por la belleza, viviría en el aislamient­o y la pobreza en South Whittier, un suburbio obrero en el condado de Los Ángeles. Para cuando Thom se graduó de la Universida­d del Sur de California en 1968, los primeros

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