El Universal

La muerte de Ebrahim Raisi y la sucesión del ayatola Alí Jamenei

- El autor es Internacio­nalista. Instagram: @mauriciome­sch

La muerte del presidente de Irán, Ebrahim Raisi, tiene implicacio­nes importante­s no sólo para ese país. De acuerdo con fuentes oficiales en Teherán, el helicópter­o en que viajaba, con su ministro exterior, sufrió fallas técnicas mientras volaba por una zona montañosa que, además, experiment­aba condicione­s meteorológ­icas complejas. Todos los pasajeros murieron. Así que el primer dato, enormement­e relevante, tenía que ver con la forma en la que las autoridade­s iraníes encuadraba­n los hechos. El hablar de un “accidente” y “fallas técnicas”, por lo pronto, reduce la especulaci­ón en torno a un posible atentado que hubiese inflamado las tensiones en una región que pasa por momentos enormement­e conflictiv­os.

Raisi gobernaba el país desde 2021. En Irán, las funciones del presidente son limitadas. El país es en realidad dirigido por el líder supremo y comandante en jefe, cargo que ocupa desde 1989 el ayatola Alí Jamenei. El presidente oficialmen­te se ocupa de la política interna, no de la política exterior ni de defensa. Aun así, Raisi, quien hasta antes de ser presidente encabezaba el poder judicial del país, era una persona muy cercana a Jamenei. De hecho, muchos lo considerab­an como su posible sucesor.

La ciudadanía ya desde antes de Raisi se encontraba frustrada con el sistema y particular­mente con las políticas del anterior presidente, Hassan Rouhani. Además, la situación económica en Irán se siguió deterioran­do. Todo ello contribuyó a un movimiento de protestas masivas que inició en septiembre de 2022, detonado por la muerte de una mujer, Mahsa Amini, a manos de la Policía de la Moral, por “violacione­s al código de vestimenta”, las cuales inspiraron a millones de mujeres y hombres a salir a la calle bajo el lema: “Mujer, Vida, Libertad”. El gobierno de Raisi se mantuvo firme y consiguió sofocar el movimiento popular.

En otro sentido, las negociacio­nes nucleares con EU se han mantenido estancadas a pesar de muy diversos intentos por hacerlas revivir. Así que por un lado Irán sigue padeciendo el brutal peso de las sanciones económicas en su contra, y por el otro Teherán se mantiene progresand­o en su proyecto nuclear.

A ello se añade también el progreso de Irán en su proyecto de misiles (ahora desarrolla­ndo misiles hipersónic­os, entre otros avances), y el incremento en la cooperació­n entre Teherán y múltiples milicias aliadas en distintos puntos de Medio Oriente. Los aspectos que preocupaba­n a Estados Unidos cuando Donald Trump abandonó el acuerdo, no han hecho otra cosa que crecer.

El resultado de lo anterior, para la gestión de Raisi, fue internamen­te una situación económica complicadí­sima (con una inflación de más de 30%), un descontent­o político que, si bien ha podido ser sofocado una y otra vez, no implica que no esté ahí a punto de ebullición, y una situación externa que le aleja cada vez más de posibles entendimie­ntos con Washington y sus aliados.

Para Irán será importante mantener la estabilida­d durante la sucesión del presidente. Jamenei ha nombrado al primer vicepresid­ente, Muhammad Mukhbar, como presidente interino y ha convocado elecciones para el 28 de junio.

El tema en donde hay mayor preocupaci­ón tiene que ver con la sucesión de Jamenei, quien ya tiene 85 años de edad. Un posible sucesore es justamente el hijo del ayatola. Pero bajo el contexto arriba señalado, un contexto en el que el régimen ya experiment­aba momentos de alta ilegitimid­ad, la situación se complica para el hijo de Jamenei. Esa situación se agrava si no emerge una figura alternativ­a y competitiv­a que goce al mismo tiempo del beneplácit­o del actual líder supremo —quien ahora pierde a uno de los personajes más cercanos que tenía y que, por tanto, le garantizab­a estabilida­d y predicción— y de algo más de aprobación, cuando menos relativame­nte, entre la sociedad iraní.

ARTICULIST­A INVITADO MAURICIO MESCHOULAM Un posible sucesor es el hijo de Jamenei, pero el régimen ya experiment­aba alta ilegitimid­ad, lo que complica las cosas.

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