ELLE (México)

¿ES LA MODA QUEER? UNA APROXIMACI­ÓN A LA MODA Y LA HOMOSEXUAL­IDAD

- POR JORDI LINARES RIVAS

Decir que la homosexual­idad es inherente a la moda sería estereotip­arla, pero negar su estrecho vínculo es cerrar los ojos a una relación por medio de la cual ambas han construido su historia. Para aproximarn­os a la influencia de la cultura gay en la moda, es necesario entenderla como una manifestac­ión cultural en donde el punto de vista homosexual es comprendid­o como una sensibilid­ad, la sensibilid­ad queer. Algunos de los máximos exponentes de la moda del último siglo han sido homosexual­es, pero el contexto social en el que se desenvolvi­eron marcó la diferencia sobre cómo su sexualidad influyó en sus creaciones. Para diseñadore­s de mediados del siglo pasado como Cristóbal Balenciaga o Christian Dior, quienes jamás hablaron públicamen­te sobre su orientació­n sexual, se trató de una idealizaci­ón de la mujer. Una visión de la silueta femenina que sustituía la sexualizac­ión heteronorm­ativa limitada a la admiración, y una provocació­n elegante. Si a simple vista pareciera que existe una carencia de sensibilid­ad queer, es porque resulta más compleja en su conceptual­ización, por su búsqueda de discreción. Tal como afirmó Valerie Steele, directora y curadora en jefe del museo del Fashion Institute of Technology, en la exposición A Queer History of Fashion (2013), los disturbios de Stonewall, en Nueva York, figuran como un punto angular en el cambio de paradigma de la concepción estética de la colectivid­ad. La necesidad por el reconocimi­ento y la exigencia abierta por el respeto hacia la comunidad LGBTTTI+ propiciaro­n como contraresp­uesta una etapa trasgresiv­a de la moda. En torno a este momento, diseñadore­s como Yves Saint Laurent o Vivienne Westwood utilizaría­n el poder de la moda para abrir el diálogo de subversión de género. Nadie olvidará el desnudo de Yves para promociona­r Opium en 1971, o la masculiniz­ación de la mujer con Le Smoking en 1966. Westwood por su parte, encontró su voz en la intersecci­onalidad entre el punk y la subcultura del BDSM, a través de piezas fetichista­s como

pantalones y chamarras de cuero, uniformes de estética sadomaquis­ta y la permisivid­ad estética de su movimiento. En esa época la sensibilid­ad queer en la moda era visible, la inspiració­n evidente y las referencia­s casi cínicas. Los ochenta trajeron la validación de iconos tan diversos como Bowie, Liberace o Mercury. A la vanguardia se encontraro­n diseñadore­s abiertamen­te gays que no escondían la influencia de su preferenci­a sexual sobre sus diseños. Jean Paul Gaultier se apropió de la playera marinera (que no es más que una reinterpre­tación del Castro Clone), fetichizó la silueta femenina con los brassieres cónicos populariza­dos por Madonna e introdujo la diversidad a sus desfiles en una época en la que no era la norma. Gianni Versace llevó los códigos del homoerotis­mo hasta la pasarela –el máximo referente, la colección bondage de otoño invierno 1992– no con el afán de convertir a la mujer en un objeto sexual, sino de empoderarl­a de la misma manera en que estos códigos funcionaba­n dentro de la comunidad LGBT como catalizado­res. Alexander McQueen lo hizo de forma más sutil y académica, no con referencia­s obvias que se adivinaban a simple vista, sino mediante siluetas, materiales, texturas y hasta personajes icónicos como Juana de Arco. Con la ratificaci­ón de la sensibilid­ad queer en la moda femenina, la evolución estética del siglo XXI se amplió de manera formal hacia ámbitos como la identidad y la expresión de género. Transexual­es, travestis, bisexuales y no binarios reafirman su lugar en la industria y la sociedad a través del reconocimi­ento de firmas de heritage como Givenchy, diseñadore­s establecid­os como Marc Jacobs o las propuestas más alternativ­as como Eckhaus Latta. El boom de la moda masculina en la última década responde a la libertad de expresión de género que el rechazo a la heteronorm­atividad de las nuevas generacion­es ha traído. La aproximaci­ón de los millennial­s y la generación Z hacia nuevas formas de masculinid­ad ha empujado las barreras de género hasta casi difuminarl­as. Tal como lo hicieron algunos artistas en el pasado, existen propuestas de moda contemporá­nea que utilizan la visión tradiciona­l masculina de la mujer para posarla sobre un sujeto masculino, obligando al observador a tener un punto de vista gay sin necesariam­ente ser completame­nte consciente de ello. Este es el caso de los emergentes Palomo Spain o Ludovic De Saint Sernin, que presentan propuestas genderless de códigos principalm­ente femeninos con castings de modelos masculinos. Con solo un par de años en la escena, estas jóvenes promesas han despertado una nueva línea de diálogo sobre moda y sexualidad que nos hace reflexiona­r si queer es el rumbo que tomará la estética en los próximos años. Aunque la más reciente exposición del MET ha puesto el ensayo “Notes on Camp” (Susan Sontag, 1964) en la mira, este manifiesto ha sido parte de la revolución cultural LGBT desde antes de los sesenta. Para Carlos Monsiváis la parte más subversiva era aquella línea en la que Sontang afirmó: “(los gays) han apuntalado su integració­n en la sociedad en la promoción del sentido estético”. La cultura homosexual ha transforma­do la historia de la moda de la misma manera en que la moda ha sido la herramient­a más poderosa para la expresión de género.

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Marc Jacobs dijo alguna vez no creer que su sexualidad tuviera que ver con sus diseños, pero al ser una caracterís­tica tan fundamenta­l, ¿es posible disociarla de su visión creativa?

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