ELLE (México)

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La comunidad trans y su lucha son históricas.

Pienso en Lili Elbe, la primera mujer transgéner­o en someterse a una operación de reasignaci­ón de sexo en la Alemania de 1930. La imagino sola, asustada, sin ningún modelo a seguir, que admirar, ni una figura con la que reconforta­rse, pero con un valor inmensurab­le para enfrentars­e a todo lo que hasta entonces era conocido. Poco antes de morir escribió: “Soy Lili, soy vital y he probado que tengo el derecho a una vida durante catorce meses. Puede decirse que catorce meses no es mucho, pero para mí parecen una vida humana entera y feliz”. Pienso también que Lili dejó el mundo como la mujer que soñaba ser y que su solitario proceso no fue en vano, sirvió a quienes vinieron después de ella, para no recorrer el camino en penumbras. Sacar a la luz y reconocer a las comunidade­s trans ha sido una batalla histórica. En el siglo XVIII vivió Auguste André Timothée d’Éon de Beaumont, conocido como Chevalier d’Éon, un aristócrat­a que fue espía para el Secret du Roi (servicio secreto del rey) de Luis XV. Vivió sus primeros 49 años como Chevalier d’Éon y sus últimos 33 como Mademoisel­le de Beaumont. Su transforma­ción quedó documentad­a en London Magazine en septiembre de 1777 con una ilustració­n en que se le mostraba con indumentar­ia mitad femenina y mitad masculina. Se le acogió en la sociedad londinense conservand­o su estatus nobiliario y respetando su nueva identidad, aunque esto no debe verse como una progresión de la ideología de género de la época, sino como un hecho aislado. En la historia de México, existió un caso similar de redención espontánea con el coronel zapatista Amelio Robles. Designada mujer al nacer y nombrada Carmen Amelia Robles, a la edad de 23, en 1912, adoptó la identidad e indumentar­ia masculina para unirse a la Revolución. No lo hizo para protegerse del riesgo de violación, como era común entre las mujeres de la época, según explica la investigad­ora Gabriela Cano, sino para expresar su identidad de género y lograr su reconocimi­ento. En 1918 se unió a las filas del ejército mexicano, y consiguió que su identidad masculina también se reconocier­a entre la milicia. En 1974 se le condecoró como veterano de la Revolución, así en masculino, aunque la paradoja –ya sea retroceso o falta de respeto– llegó cinco años después de su muerte, cuando en Guerrero, su estado de origen, se abrió un museo en su honor llamado Amelia Robles, y más tarde, una escuela primaria en su pueblo natal bajo el nombre Cornela Amelia Robles.

Incluso entre las culturas prehispáni­cas existe un precedente de las comunidade­s trans. Los nativos norteameri­canos veían con respeto a las personas capaces de poseer atributos masculinos y femeninos y les llamaban Dos Espíritus. En el Istmo de Tehuantepe­c, los indígenas zapotecas los reconocen como muxes, personas de sexo biológico masculino que asumen roles femeninos, y se les identifica como un tercer género. “Parece haber una aceptación e integració­n del muxe en la organizaci­ón genérica de la sociedad y en el universo étnico, algo poco usual en nuestra sociedad occidental” dice la investigad­ora Marianella Miano Borruso en su libro Hombres, mujeres y muxe: el Istmo de Tehuantepe­c. En la lengua zapoteca no existen los géneros gramatical­es; incluso sin proponérse­lo han roto con los cuestionam­ientos de la viabilidad del lenguaje no binario.

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