Esquire (México)

ELOY TIZÓN

ESCRITOR, 50 AÑOS, MADRID

- ENTREVISTA: MARÍA TERESA HERNÁNDEZ

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Leí a Octavio Paz — Piedra de sol (1960)— a los 16 años, y para mí fue un deslumbram­iento absoluto notar lo que se podía hacer con el lenguaje y el nivel de implicació­n emocional que había en el poema. Fue una lección muy importante para mí, y una vez que aprendes algo así, la enseñanza te dura toda la vida. >

Poetas como Paz y César Vallejo me parecen figuras inalcanzab­les. Sin embargo, con modestia, intento seguir la senda que ellos marcaron: respeto y exploració­n del lenguaje hasta agotar las posibilida­des casi musicales que tiene, ya que la poesía es prácticame­nte una cuestión de música. >

Si en tus historias predomina una atmósfera donde lo primordial es el lenguaje y el sonido, eso indica que te iniciaste en la poesía. Ese es justo mi caso. Lo que me fascinó de la literatura en un principio fue el resplandor verbal, y eso puede encontrars­e en la poesía a un grado máximo. >

Escribir es como caminar por el filo de un cuchillo: siempre estarás rodeado de peligro. En cualquier momento podrías caer al abismo y encontrar dragones esperándot­e. >

También es salir de tu zona de confort. Con el tiempo todos desarrolla­mos ciertas habilidade­s y la tentación de repetirnos siempre está ahí. Sin embargo, hay que luchar contra eso. A veces empiezo a escribir un texto y lo abandono porque pienso: “Esto ya lo he hecho o he usado una voz parecida”. Para mí la felicidad se produce cuando aparece algo que no había hecho antes. Transitar por un lugar inexplorad­o te obliga a replantear tu manera de escribir. >

El reto de un escritor es crear algo distinto a lo que ya está hecho, pero sin que sea completame­nte marciano. Es decir, el terreno en el que nos movemos surge a partir de un diálogo entre la tradición y lo novedoso. Es como pisar arenas movedizas, porque no siempre es fácil dar un paso con firmeza. >

Hay cuentistas grandes y maravillos­os como [Raymond] Carver o [Jorge Luis] Borges, pero cuando los lees no puedes dejarte atrapar por su órbita, porque entonces te convertirí­as en un imitador. Si te sucediera algo así, estarías perdido y sería tu muerte como escritor. Hay que admirarlos, pero sin llegar al punto en que sustituyan tu propia voz. El reto es tratar de digerir y asimilar a los clásicos sin dejarse abducir por ellos. >

Suelo ser bastante sintético al momento de escribir, así que un género que es menos extenso se adapta mejor a mi manera de entender la vida. Me parece difícil escribir una novela de 500 páginas porque la mirada y el aliento que tengo es menor. Eso no quiere decir que sea mejor ni peor, sino que uno debe descubrir en qué terreno se mueve y le es propicio, sin pretender convertirs­e en un escritor que no es. >

Siempre es complicado dar normas generales sobre un género, pero creo que un cuento debe producir —por llamarlo de alguna manera— una sacudida. Es decir, este género tiene que abandonar los lugares comunes, las estructura­s consabidas y debe trazar un recorrido; por ejemplo, describir a un personaje que se expone a una intemperie en la que le pueden suceder situacione­s incómodas o simplement­e que haya algo que se agite en su conciencia y bulla. En resumen, debe haber una especie de forcejeo para producir vida y movimiento. >

Si tuviera que resumir mi proceso de escritura en una palabra, diría que está basado en el merodeo. Es decir, encuentro un tema, personaje o atmósfera que me interesa o me parece misteriosa por algún motivo, y a partir de ahí empiezo a rondarlo hasta que otros elementos se revelan. Sin embargo, necesito tiempo para eso. Escribo y a veces descarto lo que intuyo que no me llevará al fin que persigo, pero siempre hay mucho rodeo y divagación en torno a mis personajes. >

En mis cuentos no me interesa resolver un misterio, sino arroparlo. La vida es muy misteriosa y me gusta que la literatura lo conserve. No me gustan los textos que lo explican todo, en los que al final todo está claro. Creo que no es grave, ni el lector se siente estafado si algo queda en la penumbra y se le deja un poco a la imaginació­n. >

Si todo se revelara en un texto, como una habitación completame­nte iluminada, el lector podría sentirse un poco insatisfec­ho porque no habría podido poner nada de su parte. Es decir, en muchas ocasiones, el lector se introduce en el texto a partir de lo que los escritores no decimos, de los elementos que están ocultos. Por eso la escritura es un juego de dosificaci­ón y no es fácil encontrar una norma que diga “hasta aquí”. En consecuenc­ia, a veces nos arriesgamo­s a ser crípticos y en ese estrecho margen es donde nos jugamos la validez de un texto. >

Soy muy respetuoso con las lecturas que hacen los demás, porque me he topado con interpreta­ciones que a mí no se me habían ocurrido de mis propios textos y que me han parecido muy brillantes. El hecho de que existan opiniones dispares es una de las riquezas de la literatura. >

Una vez una persona me dijo que mis cuentos le recordaban al fado, la música tradiciona­l portuguesa. Fue un comentario muy bonito, porque recogía algo de la música y también la melancolía de mis textos.

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