Esquire (México)

L AS R EGL AS HOMO LUDENS PARA UN VIAJE A ESQUIAR

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Regla 01: Use sobretodo negro y blanco, aunque siempre con un toque de color ( y no a la inversa).

Regla 02: Use trajes de dos piezas. ¿Le quedó uno completo de los años 80? Dónelo a algún Planet Hollywood. Regla 03: ¿Gorro de dragón, dinosaurio o tiburón? Ninguno. Regla 04: ¿Gusto por las pieles finas? Regálesela­s a su esposa o, mucho mejor, déjeselas al dueño original. Regla 05: Aun en un deporte invernal hay cambios de temperatur­a. Adecúese. No es lo mismo esquiar en Gstaad en enero, que en Lake Tahoe en abril. coincidir estos dos propósitos. Hoy en día hay fibras sintéticas que “respiran”, aíslan y son térmicas. Es decir: no requieren tanto volumen. No obstante, ir a esquiar y verse razonablem­ente bien sigue representa­ndo un reto para los que todavía nos ocupamos, así sea un poco, de nuestra imagen. Es un reto nada barato: hay chalecos de conocida marca francesa, por ejemplo, que cuestan lo mismo que un Jetta con aire acondicion­ado.

La moda, además, es caprichosa y no siempre racional. Y la que impera en las montañas nevadas no escapa a estas condicione­s. Por ejemplo, en los años 80 y 90 —esa época horrible en términos generales—, en la nieve era frecuente ver colores chillantes y pastel, hombreras y chamarras cruzadas que vestían esquiadore­s con copetes pacienteme­nte modelados con gel y una pistola de aire. Yo mismo, lo confieso, usé sin rubor un traje completo color amarillo canario con triángulos morados que la botarga de Cocorito, del grupo juvenil mexicano Timbiriche, no se hubiera puesto sin haber ingerido uno o dos tequilas previament­e.

Luego vinieron los motivos indios “New Mexico Style” —plumas, penachos, águilas, pipas de la paz, etcétera— con lo cual quien antes parecía un chícharo gigante, con esos trajes parecía un chícharo gigante... pero apache. Los que creen que la escena de la película Dumb and Dumber, en la que los dos protagonis­tas entran al lobby del hotel enfundados en dos trajes dolorosame­nte ridículos, es ficticia o exagerada, nunca pusieron atención a la moda para esquiar en esa época de confusión.

Hoy parece haber vuelto la sensatez de los colores clásicos como el rojo o el azul marino, y el muy afortunado regreso al imperio del negro como un elemento fundamenta­l. Desde luego nunca falta el ridículo que asu uniforme le manda hacer dibujos que simulan un traje de mariachi, con todo y espolones, pieles exóticas al cuello y demás. Y siempre habrá un payaso, por otro lado, que esquíe sin camisa o en shorts. Pero en general lo clásico ha triunfado y hay más cuellos de tortuga que abrigos de visón, y más modelos tipo James Bond y David Niven que Justin Bieber y Willy Wonka.

Para el lector que no esté del todo convencido respecto de la importanci­a de estar a la moda para una actividad eminenteme­nte deportiva, tengo dos palabras: après ski. Es decir, el evento social que sigue después de esquiar y que supone la existencia de una chimenea prendida, buena compañía, música y alcohol. No se trata solamente de verse bien mientras se desciende de una montaña a altas velocidade­s. Muchos lo negarán, pero saben que es esa, y no otra en realidad, la razón por la que un Homo Ludens va a esquiar.

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