Esquire (México)

— MÚS I CA

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Aquello que nuestros oídos han percibido a lo largo del tiempo, en esta ocasión también es motivo para deleitarse con la mirada. Las notas que emergen de clásicos interpreta­dos por Frank Sinatra –como parte del omnipresen­te cancionero estadounid­ense–, se conectan con la innovación en el jazz de Miles Davis. A su vez, esa poderosa carga melódica se vincula con la elocuencia contemporá­nea de bandas como Coldplay o Beastie Boys y estrellas pop del nivel de Katy Perry o Sam Smith. Otras coordenada­s dentro de este gran mapa sonoro destacan por representa­r escalas importante­s para la experiment­ación y así dar paso a la creativida­d desprejuic­iada que distingue al rock. Nombres como Beach Boys, Pink Floyd y, por supuesto, The Beatles aparecen a lo largo de un gran recorrido de géneros, momentos y tendencias.

Existe un punto en común para esta visión que da origen a cada tema y que termina por redondear las ideas que completan un álbum. Se trata ni más ni menos que de la famosa esquina de Hollywood y Vine en Los Ángeles. Justo en el edificio que alberga los estudios de grabación y oficinas de Capitol Records, se acumula la energía de un peculiar testigo cuyas paredes han sido el marco para producir y promociona­r una cantidad generosa de música que no deja de acompañarn­os desde su aparición. La torre Capitol t iene en sí misma un valor arquitectó­nico debido a su diseño y atributos especiales incluso para sus condicione­s de grabación. Haber sido construida con hormigón la ha hecho resistente a terremotos y su detallado aislamient­o acústico, la coloca como un hito en el ambiente de la ingeniería de sonido. Sus gruesos muros le otorgan un feroz carácter impenetrab­le, mientras que el metro de espesor de cada uno de sus trece pisos, terminan por convertirl­a en fortaleza para cualquier ruido exterior que pretenda invadirla. Un paraíso para concebir preciados álbumes en alguno de sus tres estudios donde pueden grabar hasta 75 músicos de forma simultánea. Espacios cubiertos con estratégic­os paneles de madera de abedul y fibra de vidrio. Un auténtico búnker para la primera discográfi­ca instalada en la costa oeste de los Estados Unidos. Una compañía concebida con toda la intención de ubicarse en el mapa como respetable competenci­a para RCA, Columbia y Decca Records, ubicadas en la ciudad de Nueva York.

De no haber sido por tal conjugació­n de elementos, con toda seguridad, un álbum como Songs for Swingin’ Lovers! (1956) de Frank Sinatra no se habría registrado con esa claridad vocal y elocuencia que distingue a la orquesta que se sitúa en cada uno de los ángulos de su interpreta­ción. Al no reunir todo ello que provocó en la magia eterna que puede concentrar­se en los sur-

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