Por: Francesc Messeguer
El 20 de enero de 2017, cuando Donald Trump se convirtió en el presidente número 45 de Estados Unidos, el internet reaccionó como mejor sabe hacerlo: lo comparó con Batman. Para ser más específicos, lo comparó con Bane, el villano de The Dark Knight Rises, debido a que su discurso inaugural comparte demasiadas similitudes, con un diálogo de la película de Christopher Nolan. “Estamos transfiriendo el poder de Washington D.C. y lo estamos regresando a ustedes, el pueblo”, señaló Trump frente a la audiencia que lo acompañó durante su inauguración.
Digámoslo así: Trump es el nuevo villano favorito en el barrio, y en internet nos regocijamos ante el hecho. Lo mismo encontramos listas del tipo “¿Quién lo dijo, Donald Trump o Lord Voldemort?”, que leemos acerca de cómo “Capitán América combate a los nazis”, en referencia a que Chris Evans, actor que interpreta al personaje en el universo cinematográfico de Marvel, se peleó en Twitter con el exlíder del Ku Klux Klan, David Duke, quien es simpatizante del nuevo presidente.
Si Beyoncé anunció que tendrá gemelos, entonces sigamos con el tren del ma- me y comparemos el estado actual de la política estadunidense con Star Wars, y digamos que Trump es el emperador y que los bebés de una de las más grandes artistas de nuestros tiempos nos llenan de una nueva esperanza, del mismo modo en que Luke Skywalker y Leia Organa trajeron luz en una galaxia muy, muy lejana.
Pero a Trump parecen no preocuparle estas comparaciones. Al contrario. Por la manera en la que tuitea sin clemencia, amenazando a quien se deja, el presidente se parece más al Joker de la serie animada de Batman, que de la nada interrumpe la transmisión en la tele para decir que la gente de Ciudad Gótica tiene hasta medianoche para hacer alguna de sus locuras, que a la manera en la que se comporta un jefe de estado.
Es como si Trump se alimentara de nuestro odio y rechazo hacia él, y siempre supiera cómo contraatacar con golpes duros a nuestro corazón liberal: el argumento de las noticias falsas, nombrando a algún sujeto con antecedentes racistas o sin experiencia alguna en su gabinete, ignorando las claras evidencias que existen sobre sus conflictos de interés.
La guerra se da más o menos así. Un golpe por otro. El nuevo pasatiempo favorito de todos nosotros es ver cómo la riega el nuevo gobierno, y probablemente en la Casa Blanca se practique el hobby de hacer enojar a todo aquel que no es simpatizante del presidente. Pegarnos a Twitter y leer cómo Trump habló con Vladimir Putin, y a media conversación hizo una pausa porque no sabía de qué tratado nuclear entre ambos países le hablaba el presidente ruso. Ver cómo Kellyanne Conway, una de sus asesoras más conocidos, se pone a inventar cosas en la pantalla de CNN. Observar cómo los talk shows le dedican irremediablemente segmentos completos porque están ofendidos de que el nuevo líder del mundo libre cree que Meryl Streep es una actríz sobrevalorada.
Pero ni siquiera el propio Donald Trump se toma tan en serio a sí mismo. Por eso se enoja tanto cuando la gente hace una buena burla de él. El antídoto más eficiente contra Trump se llama Saturday Night Live porque funciona bajo un principio sumamente efectivo: si el presidente de Estados Unidos es una manifestación que a momentos nos parece tan ridícula que roza en el chiste, entonces