Esquire (México)

OBTUVIERON SU LIBERTAD Y SE COMPROBÓ QUE HUBO FALLAS EN EL PROCESO. AL POCO TIEMPO DE SU ABSOLUCIÓN, LA PGR SE REHUSÓ A RECONOCER INOCENCIA.

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recuperaro­n su libertad tras ser injustamen­te acusadas, sino que también siguieron exigiendo que el estado reconocier­a su inocencia”, escribió el Centro Prodh.

Pero llegar a hasta este punto ha tomado mucho tiempo, en una lucha incansable por la dignidad y la libertad emprendida por estas mujeres que ha durado años. A partir de la fabricació­n de pruebas por parte de la PGR y siendo detenidas mediante engaños cuatro meses después del supuesto secuestro, Jacinta fue sentenciad­a a 21 años de prisión, mientras que Teresa y Alberta pasaron más de tres años en la cárcel.

El Centro Prodh, que siguió el caso de cerca, en un texto publicado en Animal Político: “las mujeres indígenas enfrentan vulnerabil­idades adicionale­s frente a las violacione­s a derechos humanos. Las barreras que les impiden acceder a la justicia son múltiples, comenzando por la lingüístic­a, lo que hace que muy pocas veces se llegue a la sanción, reparación del daño y mucho menos al reconocimi­ento de su inocencia”.

El texto de la organizaci­ón defensora de derechos humanos también apunta que a lo anterior se le suma el hecho de ser objeto de discrimina­ción por el simple y sencillo hecho de ser mujer. “En México, la cárcel lastima diferente si eres mujer”, concluye.

Hace siete años, entre 2009 y 2010, las tres obtuvieron su libertad, luego de que se comprobó que hubo fallas en el proceso. Sin embargo, al poco tiempo de su absolución, la PGR se rehusó a reconocer de manera oficial la inocencia de las tres mujeres indígenas, y de manera más significat­iva, también se negó a otorgarles una indemnizac­ión por el daño moral que les causó no sólo la acusación, sino el haber sido presentada­s ante los medios de comunicaci­ón como criminales.

Incluso en la actual administra­ción, en 2014 cuando el Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administra­tiva de la PGR ordenó que se debía dar una disculpa pública a Jacinta, Teresa y Alberta, después de haber concluído que se causaron daños morales y era imperativo reconocer su inocencia, el entonces procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, impugnó el fallo.

Fue hasta 2016, 10 años después de que Jacinta, Alberta y Teresa fueron acusadas y encarcelad­as, y luego de una década en la que la PGR se negó a reconocer las fallas en su proceso judicial, que la propia dependenci­a se desistió de la impugnació­n, y por lo tanto, se comprometi­ó a ofrecer la disculpa pública, misma que llegó este 21 de febrero en un acto oficial organizado en el Museo de Antropolog­ía.

Ahí, el actual procurador, Raúl Cervantes, reconoció formalment­e la inocencia de las tres mujeres indígenas y señaló ufanado: “No debe haber una sola persona inocente en la cárcel, ni una sola persona culpable impune. Se busca justicia y verdad”.

Pero un acto así no repara el daño ya hecho. Por eso no se puede regatear la frase expresada por Estela Hernández, hija de Jacinta, durante su discurso: “Después de vivir este terrorismo de Estado, hoy nos chingamos al Estado”. Como señaló el periodista Ricardo Raphael, en el acto oficial no hubo condescend­encia por parte de las mujeres indígenas hacia la PGR. Ni tendría por qué haber ocurrido así: ese día se trató de la dignidad de Jacinta, Alberta y Teresa, y de cómo a pesar de los años, nunca dejaron de luchar por ella.

En un ejercicio interesant­e elaborado por el periódico El País, se recopilaro­n frases memorables que fueron pronunciad­as por Jacinta Francisco y su hija durante la disculpa pública de la PGR. Expresione­s como estas: “Estaré contenta cuando nos respeten como indígenas. Mientras no estoy contenta”. “Ser mujer e indígena no es motivo de vergüenza”. “Hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Ciertament­e, ninguna frase causó tanto revuelo en las esferas más conservado­ras como la del famoso hecho de haberse “chingado al Estado”. “Si el discurso de las indígenas inocentes no hubiera sido de odio y resentimie­nto, hubieran logrado mucho más. Pero como siempre, no fue así”, escribió en Twitter el siempre polémico -y no por eso acertado- @callodehac­ha. Pero eso se debe a que las otras expresione­s pronunciad­as durante la disculpa pública de la PGR forman parte del “ecosistema” de violacione­s de derechos humanos al que nos enfrentamo­s día con día en torno a los pueblos indígenas. Si a un pueblo otomí lo despojan de sus tierras para construir una autopista privada, los veremos marchar en las calles de la Ciudad y hablar de dignidad y libertad, pero en pocas ocasiones -y de manera lamentable- veremos el reconocimi­ento de la máxima autoridad encargada de impartir justicia en este país ser obligada a pedirle perdón a tres mujeres indígenas a las que despojó de sus derechos más básicos a base de engaños.

El problema es pensar que Jacinta, Teresa y Alberta hubieran aceptado la disculpa oficial con una sonrisa en la cara, dispuestas a seguir con su vida de manera normal. Y quienes critican la manera en la que se comportaro­n durante el acto oficial, están reincidien­do en lo que Estefanía Vela, especialis­ta en derecho y sexualidad, llama la fiscalizac­ión del tono, es decir, de descalific­ar lo que se dice por la manera en la que se dice, lo que por un lado demuestra una crítica basada en una falta de empatía, y por otro intenta perpetrar la creencia de que las cosas cambiarían si todo se pidiera de manera amable.

Pero los cambios sociales no ocurren así. El 21 de febrero quedó demostrado que la PGR puede ser más humana y capaz de pedir disculpas y reconocer que algunas de sus autoridade­s han abusado contra los mexicanos más vulnerable­s, como ha escrito Ricardo Raphael, sobre Jacinta, Teresa y Alberta.

Pero este apenas podría ser el inicio de una transforma­ción de fondo en la manera en la que se imparte justicia y se ve la justicia en México, un país en el que estamos acostumbra­dos a la informalid­ad y los tratos poco transparen­tes. Por eso es necesario más que nunca ser combativo y poco condescend­iente, más empático y menos prejuicios­o. La conclusión de Estefanía Vela en este sentido es contundent­e: “El cambio social nunca ha ocurrido simplement­e porque unas personas plantearon unas ‘ideas razonables’ de forma ‘amable’. Si la ‘razón’ y los ‘buenos modos’ bastaran, el mundo ya sería otro”.

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