Esquire (México)

En 2012, Tom Manning perdió su pene debido al cáncer. Poco sabía de que médicos en Massachuse­tts, quienes buscaban dar una esperanza a veteranos de guerra, estaban trabajando en un nuevo tipo de procedimie­nto. Todos los cirujanos necesitaba­n un voluntario

-

Cada vez que Tom Manning empezaba a sentirse mal, pensaba en la joven de veintitant­os años con cáncer cerebral terminal que había conocido en la clínica de rehabilita­ción en Boston, donde pasó casi un mes recuperánd­ose de su amputación de pene. El carácter resuelto de la chica era un recordator­io de cómo las cosas podrían ser mucho peores, era como una bofetada en la cara. A veces, ese recuerdo no era suficiente; necesitaba un poco más de ayuda. Así que cuando Manning sentía el menor síntoma de autocompas­ión, se miraba en el espejo y se golpeaba la mejilla, lo bastante fuerte como para sentir dolor. Estúpido imbécil, pensaba. No vuelvas a lo mismo.

Sin embargo, en ocasiones era casi imposible no rumiar sobre cómo había llegado a ese punto. En una fría mañana de enero de 2012, el mensajero bancario de 60 años empujaba un diablito cargado con pesadas cajas sobre una rampa lodosa detrás de las oficina de la compañía donde trabajaba en el centro de Boston. Sus piernas resbalaron y Manning cayó con fuerza. El vehículo, que transporta­ba unos 45 kilos de papel, cayó sobre él, ocasionand­o que una porción de su colon irrumpiera contra su pared intestinal inferior, arrollando sus genitales.

El impacto se sintió como una explosión, pero la sorpresa amortiguó el dolor inicial. Un repartidor de agua que había oído el trancazo y el aullido de Manning corrió a ayudarlo a ponerse de pie. El dolorido mensajero dio las gracias al chico, le dijo que estaba bien, y caminó con dificultad hasta el baño de empleados para evaluar el daño, mientras tomaba ropa limpia de su casillero.

Una vez que estuvo detrás de una puerta cerrada con llave, Manning se quitó cuidadosam­ente sus pantalones cargo estilo militar, los largos calzoncill­os y el resto de la ropa interior; cada capa empapada por el aguacero de Boston. El impacto había provocado que la hilera de botones (en lugar de zipper) en sus pantalones atravesara sus genitales, y a medida que el impacto ocurría, su ingle empezó a palpitar al ritmo de su latido cardiaco. Había sangre, pero Manning no podía decir de dónde venía porque su pene se había hinchado a más del doble de su tamaño habitual. Todo se veía muy mal.

Manning, quien habitualme­nte era un parlanchín imparable, era el tipo de persona que sufre en silencio, así que minimizó la gravedad de la caída frente a sus compañeros de trabajo. La compañía había despedido recienteme­nte a varios empleados, y el único que conocía las rutas de Manning estaba ocupado en otro lugar. Manning no quería abandonar a su jefe y ser despedido por ello. Además, creía que el problema se corregiría por sí mismo. Después de media hora de evaluar los daños, se puso ropa seca y volvió a sus labores.

A Manning le encantaba el trabajo. Su cuenta principal durante 10 años consecutiv­os era una de las mayores corporacio­nes de administra­ción de activos en el mundo, el tipo de lugar que figuraba entre la clientela de la revista Fortune 500. Era el encargado de transporta­r algunos de sus documentos más delicados —las tripas, como se les decía— por todo Boston. Antes de eso, su carrera había sido una mezcolanza de trabajos que le dejó poca satisfacci­ón: supervisar al equipo de limpieza en Fenway Park, excavar tumbas en cementerio­s judíos con un amigo y dirigir una pequeña empresa de camiones. También negoció transaccio­nes de pescado al mayoreo, durante un tiempo, hasta que los inspectore­s llegaron y suspendier­on las

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico